La aventura de los galeotes (capítulo XXII) le debiera haber proporcionado a don Quijote una lección importante: que no basta con la buena voluntad para llevar a cabo buenos actos, pero curiosamente, el único capaz de meditar sobre lo ocurrido es... el burro de Sancho: "Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote: el jumento, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras que le perseguían los oídos".
Estoy buscando la interioridad de don Quijote y resulta que aquí el único que merece para Cervantes el calificativo de pensador es el burro de Sancho. Hasta ahora no nos ha dicho ni una sola vez que don Quijote pensara. Don Quijote imagina, sueña, añora, idealiza, se duele... pero pensar... pensar, no. Y, sin embargo, una transformación ha tenido lugar en él, porque reconoce que Sancho tenía razón al advertirle que obrara prudentemente: "Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo hubiera escusado esta pesadumbre".
Su transformación es tan grande que decide seguir los consejos de Sancho y alejarse del camino real y así poner tierra de por medio con la temida Santa Hermandad. Don Quijote sabe que esto es lo que hay que hacer, pero entiende que no es propio de un caballero huir del peligro. Tampoco, en puridad, sería muy caballeresco someterse a la voluntad del escudero, pero esto último no le preocupa, lo que le preocupa es que alguien pueda pensar que es un cobarde: "Jamás en vida ni en muerte has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo sino por complacer a tus ruegos".
Así, siguiendo por primera vez el mal menor, se adentran en Sierra Morena y dará inicio la aventura del "astroso Caballero de la Sierra", el infortunado Cardenio, ante el cual don Quijote volverá a sentir la lujuria del deber caballeresco que le obliga "a ser quien soy".
que suerte el haberte hallado encontrado en estos dias de niebla donde nadie se conoce y todos se quieren saludos poeta desde Miami
ResponderEliminar