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miércoles, 10 de junio de 2020

El caballero de la triste figura

"Mi escudero os dirá quién soy", le dice don Quijote a la ventera en el capítulo XVI, poniendo así como el testigo más fidedigno de sus aventuras a Sancho, un escudero del que lo menos que puede decirse es que no tiene nada de común, cosa que sabe muy bien don Quijote, pues "en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos,  jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo" (XX). Es tan poco común y tan escasamente ejemplar que, llegado el caso, no tendrá inconveniente en hacer sus necesidades a dos palmos de las narices de su amo.

¿Quién es don Quijote para Sancho? Es el caballero de la Triste figura, si bien aquí nuestro hidalgo prefiere pensar que tan bien hallado título, no ha salido del magín de su escudero, sino que "el sabio a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazañas le habrá parecido que será bien que yo tome algún nombre apelativo como lo tomaban los caballeros pasados". ¿Es excesivo encontrar en este juego cruzado de referencias una dinámica que tiene no poco en común con la de Las meninas de Velazquez?

En esta referencia del protagonista de una historia al escritor de la misma, ¿no se admite que Cervantes es el único que sabe quién es don Quijote?

Don Quijote es un sujeto en busca la verdad sobre sí mismo.

Sin embargo, a pesar de esta referencia a Cervantes, Don Quijote no sólo está seguro de saber quién es, sino que tiene esta certeza como fundamento de la verdad de sus palabras: "Te juro por la fe de quien soy..." (XVIII). No duda de que, siendo un caballero, su conducta no se alejará ni un milímetro de la que le corresponde como tal, aunque a la hora de la verdad se comporte como un temerario imprudente que "acompañado de su intrépido corazón" (XXI) no conoce el miedo en la persecución de la gloria. Pero esto no lo sabe él, sino Sancho. Por eso, si se conociera bien, se cuidaría mucho de poner a su escudero como testigo de sus hazañas.

A don Quijote, la fe en sí mismo, por la misma razón que lo ciega ("¿Cómo puedo engañarme en lo que digo?" (XXI), le permite perseguir incansablemente su ideal y vivir volcado en la imaginación de sus grandezas caballerescas y en la fidelidad incondicinal a Dulcinea, "única señora de mis más escondidos pensamientos". El imperioso deber "de guardar la fe que tengo a mi señora",  le permite también mantener firme la fe en sí mismo y rechazar las supuestas insinuaciones de Maritornes, conscientemente de que, sin ideal, sería propio "de un sandío caballero" dejar "pasar en blanco" la ventura de un lance amoroso.

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