Leyendo a Thomas Nagel me encuentro con una idea que, a pesar de ser políticamente evidente, nos cuesta aceptar: "No basta que la injusticia de una práctica o lo equivocado de una política se evidencie de manera palmaria. La gente debe estar lista para escuchar, y eso no lo determinan los argumentos".
El poder de los argumentos en política sólo es real cuando hay la suficiente gente dispuesta a escucharlos. Pero la predisposición a la escucha no es algo que pueda proporcionar la lógica. La lógica, al contrario, es ese discurso que tiene sentido cuando hay personas dispuestas a escuchar.
¿Y qué es lo que altera la predisposición?
Las emociones; por eso la publicidad es como es, y por eso quienes aconsejan a nuestros gobernantes son expertos en comunicación o en publicidad y no filósofos.
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