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jueves, 10 de abril de 2014

Tolerancia y respeto


Cuando Eva Brann se empeña en diferenciar entre respeto y tolerancia ilumina con precisión los límites de la que Nietzsche consideraba "nuestra última virtud", la tolerancia. Pero cuando se empeña en sustituir la tolerancia por el respeto, por muy bienintencionada que sea, resulta un poco cargante, porque confunde lo que ella misma ha iluminado. Hay muchos que se merecen exactamente nuestra última virtud, mientras que el respeto hay que administrarlo con cuidado. No se puede ser respetuoso con todo el mundo porque no todo el mundo se merece nuestro respeto. Y a los que no se lo merecen, esta bien que los castiguemos con nuestra tolerancia.

3 comentarios:

  1. Y es que, en el fondo, "tolerar es ofender".

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  2. ¿Tolerar o aguantar?

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  3. El gato de Schrödinger3:16 p. m., abril 10, 2014

    Para ejercer la tolerancia hay que estar en una posición que lo permita, una posición de poder. Por eso la tolerancia supone, en cierto modo, un agravio para quien es tolerado y un privilegio para quien tolera.

    Usted, por ejemplo, D. Gregorio, en el Café de Ocata está en posición de tolerar, pues tiene la capacidad de suprimir los comentarios que no le gusten, que para eso es su blog.

    Me vienen ahora a la mente ciertos colectivos políticamente organizados que primero pedían tolerancia y ahora rechazan esa tolerancia y exigen respeto. Esto es indicativo, a la vez, de dos hechos: primero, que se han dado cuenta de lo que acabo de decir; segundo, que han alcanzado cierto poder y ahora son ellos los que están en posición de no tolerar a quienes no les concedan el respeto que exigen para sí.

    Por otro lado, habría que distinguir entre respeto formal y respeto sincero. Todo lo que puedes exigir a alguien es respeto formal, pero no puedes obligar a nadie a que sienta en su fuero íntimo la estima que implica el respeto sincero. Pocas cosas hay más patéticas en este mundo que ese grito exasperado de impotencia: "¡quiero que me respetes!". Ahí es donde entra en juego el respeto a uno mismo, fundamental para el respeto de los demás y para respetar a otros. Un ejemplo ya clásico de esto es el protagonista de "El desprecio", que perdió el respeto y el aprecio de su mujer por no respetarse a sí mismo.

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