Casi, casi estoy en condiciones de confirmarles a ustedes que este robusto señor de la foto, que bien daría para un Tarzán, fue el hombre por el que Caridad Mercader abandonó a su marido, su vida burguesa, a sus amigas del círculo ecuestre, a sus vacaciones en Santander con la aristocracia hispana, a los baños de mar en aquellas atmósferas soroyescas, etc. En cuanto tenga la confirmación, les diré su nombre. Caridad hizo lo que cantó Kavafis: "Me levanté y me fui / hacia placeres que estaban / tanto en la realidad como en mi ser / y bebí un vino fuerte / como sólo los audaces beben el placer".
Claro que al poco tiempo él se casaba, de un día para otro, con una mujer mucho más joven y virginal, dejando a Caridad a las puertas de la muerte, a causa de un intento de suicidio de la que la salvaron sus hijos. El despecho, ya se sabe, que es tan malo...
Les añado una anécdota. Él pasó unos meses en Barcelona y se albergaba en una pensión de postín, donde cada noche tenía en vela al resto de los pensionistas con su atletismo amoroso. Así una y otra noche hasta que los pensionistas descubrieron que la amante jadeante ocupaba una de las habitaciones de la pensión. Unánimemente presentaron una queja a la dirección del establecimiento para que fuera fulminantemente despedida, porque ellos no estaban dispuestos a vivir bajo el mismo techo que una perdida. Él, sin embargo, incluso vio aumentado su nivel de admiración colectiva, ya que por lo visto la señora estaba muy, pero que de muy buen ver.
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