Buscar este blog
miércoles, 9 de mayo de 2012
La Vulgata
Se me presenta esta mañana la directora de una escuela pública de esta manera: "Soy F. de Tal, directora de la escuela, X, una escuela pública, laica y catalana". "¿Y de resultados cómo vamos?", se me ocurre preguntarle. Inmediatamente he visto que lo que menos se esperaba era una pregunta tan impertinente como ésta. Este es el mal de la escuela catalana: la terca pretensión de evaluarse a sí misma por sus ideales, no por sus resultados. Y si los resultados no están a la altura de los ideales, pues peor para los resultados.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Vehemencia
I Tras tres días sin poder separarme de Benjamin Labatut y su Maniac , pero ya he cerrado la última página. Y como suele ocurrir cuando has...
Qué pesado es usted con la calidad y los resultados, temas vulgares, vaya, lo importante es 'ser feliz' y tener 'valores'... ¿No hizo cursillos progres en su juventud o qué?
ResponderEliminarEfectivamente Goyo, menos mirarse el ombligo y mas autocrítica. De lo contrario es imposible avanzar.
ResponderEliminarGregorio, me temo que la terca pretensión de evaluarse a uno mismo por sus ideales (o más bien por los ideales que proclama tener) en lugar de por sus resultados no es privativa de la escuela catalana. Se trata de un mal muy extendido últimamente. Hasta el punto de que casi todo el mundo lo considera un bien.
ResponderEliminarJúlia: Y lo peor es que pienso seguir así, dando la lata.
ResponderEliminarLluís: En realidad miramos una imagen idealizada de nosotros mismos que para mantenerla pura ha de estar incontaminada de realidad.
Antonio: Me imagino, pero a mi lo que me duelo es lo que veo a mi alrededor.
¿Laica y catalana? Mejor una escuela que sepa de qué es confesional.
ResponderEliminarAmigo Claudio: No se le pueden pedir peras al olmo.
ResponderEliminar¿Acaso el laicismo no es una confesión?
ResponderEliminarMás que de la escuela, este es el gran mal de Cataluña en todo su gobierno, administración pública y asociaciones civiles. Estoy muy cansado de toparme día sí día también con esa supuesta superioridad que señala los errores afuera y es incapaz de reconocer los propios.
ResponderEliminarHe de decir que en el tema de la escuela encuentro a faltar siempre una valoración crítica de la función de la Inspección, de la cual he oído y vivido muchas surrealidades así como de los profesores que forman a las nuevas generaciones de maestros en las antiguas normales, hoy universidades.
ResponderEliminar¡Por fin lo he encontrado!
ResponderEliminarFor school to make sense, the young, their parents, and their teachers must have a god to serve, or, even better, several gods. If they have none, school is pointless. Nietzsche’s famous aphorism is relevant here: ‘He who has a why to live can bear with almost any how.” This applies as much to learning as to living.
To put it simply, there is no surer way to bring an end to schooling than for it to have no end.
By a god to serve, I do not necessarily mean the God, who is supposed to have created the world and whose moral injunctions as presented in sacred texts have given countless people a reason for living and, more to the point, a reason for learning. In the Western world, beginning in the thirteenth century and for five hundred years afterward, that God was a sufficient justification for the founding of institutions of learning, from grammar schools, where children were taught to read the Bible, to great universities, where men were trained to be ministers of God. Even today, there are some schools in the West, and most in the Islamic world, whose central purpose is to serve and celebrate the glory of God. Wherever this is the case, there is no school problem, and certainly no school crisis. There may be some disputes over what subjects best promote piety, obedience, and faith; there may be students who are skeptical, even teachers who are nonbelievers. But at the core of such schools, there is a transcendent, spiritual idea that gives purpose and clarity to learning. Even the skeptics and nonbelievers know why they are there, what they are supposed to be learning, and why they are resistant to it. . . .
With some reservations but mostly with conviction, I use the word narrative as a synonym for god, with a small g. I know it is risky to do so, not only because the word god, having an aura of sacredness, is not to be used lightly, but also because it calls to mind a fixed figure or image. But it is the purpose of such figures or images to direct one’s mind to an idea and, more to my point, to a story—not any kind of story, but one that tells of origins and envisions a future, a story that constructs ideals, prescribes rules of conduct, provides a source of authority, and, above all, gives a sense of continuity and purpose. A god, in the sense I am using the word, is the name of a great narrative, one that has sufficient credibility, complexity, and symbolic power to enable one to organize one’s life around it.
[M]y intention here is neither to bury nor to praise any gods, but to claim that we cannot do without them, that whatever else we may call ourselves, we are the god-making species. Our genius lies in our capacity to make meaning through the creation of narratives that give point to our labors, exalt our history, elucidate the present, and give direction to our future. To do their work, such narratives do not have to be “true” in a scientific sense. There are many enduring narratives whose details include things that are false to observable fact. The purpose of a narrative is to give meaning to the world, not to describe it scientifically. The measure of a narrative’s “truth” or “falsity” is in its consequences: Does it provide people with a sense of personal identity, a sense of community life, a basis for moral conduct, explanations of that which cannot be known? . . . . Without a narrative, life has no meaning. Without meaning, learning has no purpose. Without a purpose, schools are houses of detention, not attention
Neil Postman, The end of education
Para que un director o directora sea evaluada por sus resultados, lo primero e imprescindible sería que pudiera elegir a su plantilla de profesores (y resto de personal) y administrar su presupuesto.
ResponderEliminarMientras no sea así, ni puede hacer gran cosa por los resultados (un poco sí, con mucha paciencia) ni por tanto tiene sentido exigirle personalmente en ese aspecto.
Cierto Aloe pero habría que ver también quién y cómo elige a los directores. Los indudables defectos de nuestra escuela van de arriba a abajo y no al revés.
ResponderEliminarPerdóname, Julia, pero los directores no están "arriba". Eso es precisamente lo que estoy diciendo.
ResponderEliminarSon los colegas e iguales de los profesores, y no tienen más que un mínimo -auténticamente mínimo- poder sobre ellos.
¿Quien está "arriba"? Arriba están los que hacen los currículos, los que establecen el régimen legal de los maestros y demás funcionarios públicos, y los que -en teoría- lo supervisan, controlan e inspeccionan. "Arriba" están también los que hacen esto mismo (curriculos, plantilla, exigencia) para las Escuelas de magisterio, las oposiciones a maestro y en general establecen la formacion y el reclutamiento.
"Abajo" de todo están los alumnos y sus familias, doblemente: como tales, y como ciudadanos paganinis del tinglado.
Maestros y directores yo creo que están prácticamente en el mismo sitio ambos: "enmedio", si ese lugar topológico tan impreciso puede ser empleado con alguna garantía :-)
La oposición entre ideales y resultados (no me refiero especialmente a la educación, sino en general a evaluar actividades) es la diferencia entre lo pensamos (queremos o decimos) que hacemos y lo que llevamos realmente a cabo.
ResponderEliminarQue la adscripción a una serie de ideas sea lo que salve una actividad (sea la que sea), no deja de sonar en el fondo a justificación que nadie pide. Y si se analiza con malos ojos (debo haberme levantado con el pie izquierdo) a ataque que pretende ser una defensa.
Repito que esto se aplica a todas las organizaciones humanas (también a todos los individuos) y a la concepción de su actividad.
Por cierto, don Gregorio, la gran duda que a mí se me plantea es qué tiene que ver el contenido de la entrada con el título de «La Vulgata».
Creo que Pablo Rodríguez tiene indiscutiblemente razón, aunque yo no veo la relación concreta entre sus observaciones y la entrada.
ResponderEliminarDándole la razón, sin embargo yo añadiria que probablemente en el ámbito de la educación (como en cualquier otro que cuente entre sus finalidades con la persuasión o la transmisión de valores) esas ideas no son solo la adscripción de los agentes o la declaracion de intenciones de estos, son también parte de los contenidos de la actividad.
Es decir, que copn razón o sin ella, la directora de la anécdota considería (probablemente) que los objetivos de su escuela incluyen enseñar matemáticas y lengua, claro, pero también los valores de la igualdad de oportunidades, la libertad de conciencia y la catalanidad (cualquier cosa que sea eso), que son los valores que está proclamando explícitamente: porque en la educación el marco de valores enseñado y el marco de valores en el cual se enseña tienden a ser los mismos, necesariamente.
Con eso no niego la distancia entre la realidad de lo que se hace y lo que se dice o se cree hacer. Puede ser que en las escuelas con esos altos ideales explícitos estén enseñando en realidad otros valores. Qué se yo, a esforzarse lo mínimo, ocultar los hechos desagradables, abusar de los debiles y copiar trabajos y exámenes.
... Y que, en parte por eso, el nivel de ciencias y mates no sea mejor.
Pero vamos, que la cosa no es "hay que ser pragmático y estar a lo que se está, y dejarse de ideales", sino, en mi opinión, "¿cuales son los valores que guían tu conducta real?": porque los defectos en esos valores que se ven en los alumnos son, punto por punto, los defectos de los valores reales de sus profesores: lo que se aprende es el ejemplo, no el sermón.