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domingo, 2 de enero de 2011

Dos de enero: Antígona.

El conjunto de los problemas fundamentales e imperecederos del hombre es lo que constituye su horizonte natural.

Filosofar es, en cierta manera,  preparar las condiciones para la conquista de este horizonte natural, dada la enorme disparidad entre la forma en que las preguntas nos salen al encuentro y la manera en que deberían ser formuladas para exprimirles todo su sentido. Dicho de otra forma: Si filosofar es ser consciente de las verdaderas preguntas, debemos aprender a filosofar liberándonos de las preguntas que ocultan las verdaderas cuestiones. En la biografía de Strauss podemos ilustrar este proceso con la forma de dos navegaciones. En su primera navegación se volvió de las ideas del neokantismo hacia las cosas mismas, tal como animaba Husserl; en su segunda navegación se volvió desde las cosas mismas (Heidegger demostró hasta qué punto las cosas mismas podían ser problemáticas) hasta las opiniones que circulan políticamente sobre ellas. Aquí se encuentra el problema teológico-político, que surge de la constatación de la diferencia entre las leyes de las diversas ciudades, por una parte, y de la necesidad que toda ciudad tiene de leyes, por otra. La ciudad no sólo necesita de leyes para mantenerse como una ciudad, sino que necesita de sus leyes. Puede objetarse que la necesidad de acogerse a “lo nuestro” no es el mejor fundamento teórico de “lo nuestro.” Strauss reconocería que esto es así y precisamente por ello nos animaría entender el sentido político de la prudencia y, lo que es más importante, a descubrir la singularidad del espacio que esta falta de fundamento deja libre para la manifestación de la singularidad humana. Pensemos en Antígona.

2 comentarios:

  1. Quizás sea excesivo este aforismo, "la ley es el fracaso de la especie", pero me apareció en el cuaderno como una revelación, o más propiamente como un desvelamiento. La necesidad de la ley la vi como la plantilla que rellena el vacío del pie cavo. Suele decirse de las leyes que más valen pocas y que se cumplan, lo que, si no voy errado, reconoce implícitamente su "amenaza" social.

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  2. Sï, Juan, una amenaza, pero una amenaza imprescindible. Creo que es la conciencia de lo amenazante, y a la vez de lo necesario, lo que guarda de los dos excesos peligrosísimos: si se olvida lo uno, se postula que todo problema incluye una solución legislativa, y todo se llena de leyes de administración burocrática, osea, despótica; si se olvida lo otro se llega a pensar que toda relación con los otros puede ser franca, amistosa o confortable. Se llega a pensar, vamos, que no existe el mal.
    No sé cuál de las dos es peor

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