Buscar este blog

viernes, 20 de agosto de 2010

Sigue haciendo calor

Sócrates hace en el Fedón un pequeño resumen de su trayecto filosófico y lo divide en dos partes. En la primera se ocupó de la filosofía de la naturaleza (del fundamento del que surgen todas las cosas), buscando lo primero en sí, y se perdió. Se perdió tanto que construyó su filosofía sobre la conciencia de esta pérdida: De filosofía de la naturaleza no sabía nada. O mejor dicho sabía una cosa de la máxima importancia: sabía que no sabía nada.

Una vez descubierto esto podía haberse dedicado a la escultura, que parece que era el oficio familiar, o a sacar rendimiento a unos ahorrillos que parece que tenía. Pero entonces descubrió que además de lo primero en sí está lo primero para nosotros. Y emprendió lo que en el Fedón llama su "segunda navegación".

Lo que es primero para nosotros también posee su verdad, pero es una verdad diferente de la de la naturaleza. Esta verdad, que es la verdad humana, la de la política, para entendernos, no se encuentra en la investigación de los primeros principios, sino en el análisis del lenguaje cotidiano. Me temo que esto puede parecerles a algunos muy moderno, pero es exactamente lo que dice, que buscó la verdad en el "logos". A pesar de las dificultades, "me lancé", asegura con contundencia, por ese camino (Fedón 100a).

Y por eso lo vemos buscando la verdad en el diálogo. Porque la verdad que busca no se encuentra en ningún otro lugar que no sea en el acuerdo de los dialogantes sobre una cuestión. Esta es la imagen que nos muestra Platón de su maestro en sus diferentes diálogos.

Pero si leemos los diálogos de Platón lo que descubrimos es que las verdades que Sócrates puede sacar a la luz en el lenguaje común son, en su mayoría, inconsistentes. Este es el segundo descubrimiento de Sócrates: aquí de nuevo se encuentra con la conciencia de un no saber, pero éste es un no saber muy, muy diferente del primero.

12 comentarios:

  1. Podría ser que la verdad se encontrase en el propio ejercicio del diálogo y no en los acuerdos - que no dejan de ser mentiras maquilladas-? Saludos señor Luri, es un placer leerle todos los días

    ResponderEliminar
  2. Quim: Hay, desde luego, una verdad en el mantenimiento del diálogo, pero siempre que éste se proponga la elucidación de un qué. Mientras la voluntad de acuerdo está presente, se van manifestando los caracteres de los dialogantes y, por lo tanto, nos vamos conociendo a nosotros mismos. La meta le da consistencia al diálogo, pero sin meta no haríamos más que dar vueltas sin sentido. El hecho de que la meta se escabulla deja -y en esto tiene usted razón- el diálogo como el único ejercicio filosófico verdadero.... precisamente por la conciencia siempre redescubierta del escabullirse de la verdad buscada. Pero dicho esto queda nuestra conducta en la ciudad: ¿Qué hacemos? ¿Cómo obramos?

    ResponderEliminar
  3. Qué bien lo expresó el poeta:

    Tu verdad no; la verdad
    y ven conmigo a buscarla.
    La tuya, guárdatela.

    Antonio Machado

    ResponderEliminar
  4. Perdón, mejor así:

    ¿Tu verdad? No, la Verdad,
    y ven conmigo a buscarla.
    La tuya, guárdatela

    Antonio Machado

    ResponderEliminar
  5. Pecando de hybris:

    ¿Tu verdad? No, la verdad,
    que la verdad es buscarla,
    si la hayas, suéltala.

    ResponderEliminar
  6. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
    Agamenón: —Conforme.
    El porquero: —No me convence.
    Antonio MACHADO / Juan DE MAIRENA

    ResponderEliminar
  7. ¿Y si sabes de antemano que el acuerdo es imposible cómo disponerse al diálogo?
    ¿La guerra no es otro diálogo?

    ResponderEliminar
  8. Anónimo, Napoleón: Gracias a Dios el diálogo filosófico no es una realidad cotidiana en la ciudad. Es más bien una excentricidad, y peligrosa. En la ciudad el diálogo se produce en el seno de convicciones terapéuticas que lo hacen viable. Y entre lo más primero para nosotros (perdónenme la hipérbole) están las convicciones.
    Agamenón y su porquero, si son de la misma ciudad, comparten muchas convicciones... por ejemplo sobre los dioses de la ciudad. La política no es nunca atea. Una política atea es un oxímoron.
    El diálogo filosófico es la única vía de que dispone el filósofo para ir de lo primero para nosotros a lo primero en sí.

    ResponderEliminar
  9. El principio
    -
    Dos griegos están conversando: Sócrates acaso y Parménides.
    Conviene que no sepamos nunca sus nombres; la historia, así, será más misteriosa y tranquila.
    El tema del diálogo es abstracto. Aluden a veces a mitos, de los que ambos descreen.
    Las razones que alegan pueden abundar en falacias y no dan con un fin.
    No polemizan. Y no quieren persuadir ni ser persuadidos, no piensan en ganar o en perder.
    Están de acuerdo en una sola cosa; saben que la discusión es el no imposible camino para llegar a una verdad.
    Libres del mito y de la metáfora, piensan o tratan de pensar.
    No sabremos nunca sus nombres.
    Esta conversación de dos desconocidos en un lugar de Grecia es el hecho capital de la Historia.
    Han olvidado la plegaria y la magia.
    -
    Jorge Luis Borges

    ResponderEliminar
  10. Deduzco de sus respuestas, sr. Luri, que nunca podría entablarse un diálogo filosófico con el ser amado ¿es así?

    ResponderEliminar
  11. Serenus: Grande, grande, Borges... pero si han olvidado en su discurso la plegaria y la magia... es que no saben hacia dónde los conducirá su discurso... y entones... quizás su discurso los conduzca hacia la necesidad política de la plegaria y la magia.

    ResponderEliminar
  12. Napoleón: No, claro, las palabras del ser amado no pueden ser reducidas a un objeto teórico. El eros filosófico, como sabemos desde Diotima, busca, al final, el anerotismo de los dioses.

    ResponderEliminar

Las águilas no cazan moscas

 I Respuesta de Rémi Brague al periodista que le pregunta cómo logra un estilo tan claro: «El bolígrafo rojo de mi mujer» II Viaje casi relá...