I
Hay momentos en misa en que se produce un silencio profundo y es fácil dejarse llevar por él hacia un remanso de paz. Normalmente suele haber algún niño que lo rompe con un lloro o un quejido o una palabra incomprensible. Hoy el silencio ha sido compacto. Tan compacto que uno podía sentirse flotando en él. Cuando se producen silencios así, tan hondos, tan intensos, tan vivos, uno sabe que está, exactamente, donde debe estar.
II
El día ha sido tranquilo. Sin hijos, sin nietos, y con una sopa haciéndose a fuego lento a lo largo de la mañana, porque dice mi mujer que lo mejor para mi rodilla es la sopa de huesos. En algún sitio ha leído que ha de estar hirviendo un mínimo de tres horas.
III
Hemos vuelto de misa dando un rodeo, para aprovechar las calles desiertas. Este pueblo tiene sus momentos y si se saben descubrir, te ayudan a enraizar en él.
IV
Me escribe M.C. desde Santiago: "...No me resigno a que el viento se lleve sus Bienaventuranzas da despedida, buenas para venteañeros y para octogenarios como yo. No dudo de que podrá agavillar fragmentos de libros suyos y de conferencias en que aparezca ese tratadito para educación de príncipes; incluso aunque se pierdan sus finezas galaicas de resucitar a Amor Ruibal y Pastor Díaz y aquellas sabrosas anécdotas y fábulas (mejor inclúyalas). Á. R. me ha proporcionado su dirección electrónica: la deseaba desde agosto pasado en que caminé desde Premiá a San Adrián del Besós orillando la costa; a la altura del Masnou le mandé un saludo imperceptible."
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