domingo, 30 de agosto de 2020

Las moradas

Vuelvo a Las moradas, de Santa Teresa.

La primera vez que leí este radical viaje interior, esta aventura espiritual en busca del centro del alma, fue tras visitar el edificio que Gaudí les construyó a las Teresianas en la calle Ganduxer de Barcelona con los materiales que, supuestamente, eran los desechos de la Pedrera. Ese edificio intenta llevar a la arquitectura lo que la santa de Ávila intenta, con tanto esfuerzo y tan diligente dominio del idioma, llevar a las letras.

Ahora lo leo como otro viaje de exploración, de los muchos que realizaron los españoles a lo largo del Siglo de Oro tanto por la geografía física como por la espiritual.

Santa Teresa no es menos conquistadora que Cabeza de Vaca, ni su viaje es menos aventurero, ni menos apasionante.

Sería excesivo afirmar que el Siglo de Oro se reduce a una búsqueda incansable de respuestas a la pregunta "¿Quién soy yo?" pero es imposible comprender esta fulgurante época sin tener presente permanentemente esa pregunta.

Una pregunta para la que no tengo una respuesta clara: ¿Por qué me resulta tan próxima Santa Teresa y tan distante San Ignacio?



1 comentario:

  1. Santa Teresa narra, de una manera vívida y apasionada, cual recién enamorada, su personal encuentro con Dios.
    Y para ello no se detiene, en demasía, en las virtudes (de las que, por otro lado, es plenamente consciente), del objeto de su amor. La Santa se recrea en el sentimiento en sí, en la beatitud gloriosa que le ha dejado ese encuentro íntimo que, por sublime, impulsa a dejarse caer en brazos del Creador y a confiar plenamente en Él, cual eco de la voz de María "hágase en mí según tu Palabra".
    ¿Qué lector de Santa Teresa, o San Juan de la Cruz, no ha experimentado el ansia de querer dejarse seducir de esta manera?
    San Ignacio, en cambio, nos ofrece un elixir de amor. Nos otorga una búsqueda progresiva (más acorde a lo acontecido a los discípulos de Emaús), un enseñarnos a forzar, en cierta manera, ese encuentro. Una forma más pedagógica, por decirlo de algún modo.
    Supongo que, a priori, nos tienta más, por su intensidad, la experiencia mística.

    Y hablando de místicos...
    No sé si habrán escuchado la versión clásica,que interpreta la Escolanía de Los Palacios, de uno de los poemas de San Juan de la Cruz.
    El tema se llama "Mil gracias".
    Creo que les podría gustar.

    Y hablando de obras de Gaudí...
    Me sorprendió gratamente su Palacio Episcopal de Astorga.
    Algo que uno no espera encontrar allí, como fuera de lugar... y del tiempo.

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