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viernes, 30 de marzo de 2012

El vecino

- ¿Qué tal? -le dices, más que preguntas, utilizando lo que piensas que es una mera fórmula de cortesía.
- Pues mira -comienza él, tomando tu pretendida amabilidad por una requisitoria- me he levantado esta mañana que serían las ocho y media... No, miento... porque la media ha sonado cuando estaba desayunando... así que no serían más de y cuarto. Y...
Ya estás en sus garras y sabes que no hay manera de librarte de su prolija narración, que para colmo de los colmos tropieza a cada frase con una autocorrección. Lo insustancial, de una trivialidad farragosa, se hace interminable. Uno ha de escabullirse  de la red como pueda, es decir, mal, porque no hay otro remedio que dejarlo con la palabra en la boca.
La próxima vez que lo ves intentas no saludarlo, congelar el paso o acelerarlo, según sea el caso, para que no haya manera de cruzarte en su camino. Pero él siempre te encuentra.
- A ti quería verte, precisamente -te dice mientras te sujeta del brazo, y ya estás de nuevo en el laberinto de la sinsustancia, pero esta vez te ha puesto un grillete.
Ya dice Aristóteles que la vida en común está hecha de diferencias, pero se le olvidó añadir el alto precio que hay que pagar por vivir en común con algunas de estas diferencias.

1 comentario:

  1. NUnca he podido comprender como estas personas no se dan cuenta dónde está el límite para no pegarse a ti como una lapa con su conversación-
    No entienden lo que es una pregunta retórica.

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