Decía en una entrada anterior que la noche del Día D, la del desembarco en Normandía (6 de junio de 1944), tenía lugar una "fiesta" en casa
de Charles Dullin a la que asistían, entre otros, Sartre y Beauvoir, Camus y María Casares, Michel y Louise Leiris y Raymond Queneau. Sigamos ahora con el resto de días del abecedario.
Poco después Queneau apareció como un miembro destacado del “comité de depuración cultural” de escritores,
el más radical de todos los comités de depuración que se crearon en Francia
tras la retirada alemana. Se estrenó a principios de septiembre de 1944 publicando el nombre de doce
traidores, entre los que se encontraba Céline.
Camus
se mostró en un primer momento partidario de las purgas, enfrentándose por ello, desde las páginas de Combat,
con Mauriac, que escribía en Le Figaro.
Los dos admitían que el proceso de depuración se estaba desarrollando de una
manera caótica, pero Camús se mostraba dispuesto a llevarlo hasta el final. Mientras algunos colaboracionistas con amigos, como fue el caso
de Cocteau, no sufrieron ningún acoso, otros, incluso marginales, eran
acusados de traición. Como siempre pasa en estos casos las rencillas políticas
(Aragón pretendió vengarse de Gide, por sus críticas de 1936 a la URSS, con oscuras acusaciones), las enemistades personales, el oportunismo y el revanchismo se
mezclaban con la voluntad de De Gaulle de construir el mito de una Francia resistente. Camus consideraba que
para que Francia pudiera renacer había que llevar adelante una auténtica purga,
mientras que Mauriac defendía la reconciliación nacional en nombre de la caridad. En un artículo de enero de 1945 Camus escribió: “Como hombre, puedo
admirar al señor Mauriac por saber estimar a los traidores, pero como ciudadano
deploro su actitud, ya que este amor nos conducirá inevitablemente a
convertirnos en una nación de traidores y mediocres, en una sociedad que no
deseamos”. Sin embargo poco a poco fue variando su posición y en un artículo
de Combat del 30 de agosto de 1945
reconocía que las purgas estaban completamente desacreditadas. Finalmente en
1948 admitió que Mauriac había tenido razón desde el principio. Con este
gesto, al que hay que añadir sus críticas al estalinismo y su enfrentamiento con Sartre, Camus fue
poco a poco siendo postergado por parte de la izquierda francesa.
Sartre, el más espabilado de todos, supo reinventarse sagazmente y construirse una imagen de resistente que nada tenía que ver con la realidad de su pasado. El 9 de septiembre de
1944 escribió en Les Lettres Françaises:
“Nunca fuimos tan libres como durante la ocupación alemana. Perdimos todos
nuestros derechos, comenzando por el de expresión; nos insultaban cada día y
teníamos que callar, nos deportaban masivamente como trabajadores, judíos o
presos políticos; por todas partes (en las paredes, en los diarios y en las
pantallas del cine) se nos hacía visible la vil imagen que nuestros opresores
querían dar de nosotros: por todo eso, éramos libres.” Cuando el Atlantic Monthy publicó este artículo, presentó a Sartre como “uno de los líderes de la resistencia".
Hay muchos filosartrianos por ahí todavía... filosofías aparte.
ResponderEliminarSiempre he pensado que un intelectual se construye y, por supuesto, es más libre si sus ideas corresponden con las de los poderosos.
ResponderEliminarSartre escribió - creo que en la Crítica de la Razón Dialéctica- que "el marxismo demuestra que Paul Valéry es un intelectual pequeñoburgués pero no puede explicarnos porque todos los intelectuales pequeñoburgueses no son Paul Valéry".
ResponderEliminarOlviden al marxismo y sustituyan "pequeñoburgués" por lo que les parezca y a Paul Valéry por Sartre y luego pregúntense a donde querían llegar.
Una de las sorpresas más agradables que recuerdo de la lectura de las memorias de Raymond Aron es el juicio que ofrecía sobre intelectuales como Sartre o Marcuse.
A lo mejor es porque sabía que todos nos equivocamos.
Pero unos son grandes y otros somos pequeños.
"
Camus fue el único honrado por ser el más lúcido (¿fue, quizá, el que se emborrachaba menos en esas noches?) y darse cuenta a tiempo de toda la miseria que conlleva la historia cuando uno está convencido de que la está "haciendo", y haciéndola bien, por supuesto, cosa que creían los demás con convicción fiera. Fue honrado cuando intentó juzgar a Mauriac a través de esa pretendida (¿y tan francesa?) escisión hombre/ciudadano; lo fue cuando se dio cuenta de que él solo podía ser uno.
ResponderEliminar