Como estamos en tiempos de matrículas escolares, podemos imaginarnos a unos padres excéntricos que buscan una escuela en la que a su hijo no se lo valore por su dominio de unas competencias mínimas, sino por su situación respecto a la excelencia académica. Estos padres son tan raros que consideran elemental que en una escuela española a su hijo se lo anime y ayude a leer El Quijote, en vez de obligarle a leer El niño del pijama de rayas. Por si fuera poco, están empeñados en que su hijo concluya el bachillerato dominando un idioma extranjero (pongamos el inglés) y poseyendo algún conocimiento de otro (el alemán, por ejemplo). Para colmo de los colmos, a estos padres les interesa más la formación del carácter de su hijo y la educación de su atención que la estimulación permanente de su espontaneidad, porque creen que la cultura no se puede construir autónomamente y sospechan, incluso, que toda manifestación cultural relevante es fruto de un sometimiento de lo informe a una norma arbitraria (la del soneto, pongamos por caso). Estos padres tan sumamente anticuados en sus pretensiones, tanto que hasta aprecian muy positivamente el valor del conocimiento, ¿a dónde llevan a su hijo?
Imaginémonos ahora unos padres, no menos excéntricos que los anteriores, que se toman en serio la propaganda dominante en nuestras escuelas: la autonomía, la creatividad, la equidad, la educación en valores, la inteligencia emocional, la multidisciplinariedad, transversalidad, la comunidad de aprendizaje, la comprensividad, las competencias, etc. Pero estos padres se toman todo esto tan en serio que quieren garantías de su cumplimiento efectivo y quieren tener un seguimiento objetivo, científico, incluso, de la manera como su hijo va haciendo suyas en sus hábitos y conducta diaria todas estas promesas. ¿A dónde llevarán a su hijo?
Imaginemos ahora una escuela que tiene en la entrada, de manera bien visible, una pancarta en la que puede leerse: "Aquí no aceptamos excusas para el fracaso". ¿Cuántos padres se atrevería a matricular en ella a su hijo?
Pues sí, la educación está sometida a los viavenes de la moda, como casi todo. Priman más las actividades a las que se someten a los críos tras el horario escolar, convirtiéndolos en supermanes luchando con las horas que vienen cortas, sin dejarles tiempo para actividades lúdicas que potenciarán su rendimiento escolar y minimizarán el tan traido y llevado fracaso.
ResponderEliminarPerdone, pero... ¿el pijama no era de raYas? (No publicar)
ResponderEliminarPor cierto gracias por su blog
Que de rayas se quede.
EliminarY aunque los matriculen en una buena escuela. Luego les dicen: estate calladito y si algo no te gusta tu no sabes nada de educación. Si intentan minimamente informarse sobre alguna decisión en la que no estan de acuerdo y se les ocurre ir a inspección la inspectora les toma el pelo y tras presentar un escrito despues de mas de un año aun no han recibido respuesta. Mientras tanto la directora de el EAP de la zona (Equip d'Assessorament i orientació Psicopedagògica) muestra desinteres y desidia sin nisiquiera sonrojarse.
ResponderEliminarY esto no es un cuento. Sencillamente es la vida real.
La escuela se llama Aula Escuela europea y es donde el President Ms ha llevado a sus hijos y donde tabién los he llevado yo. Tienen un sistea escolar que nos convenció desde que nos fue explicado. Un sistema, por cierto, donde se respeta el aprendizaje en la lengua materna, como auspicia la UNESCO, y de donde se sale ccon oros tres el otro de la comunidad, el francés y el inglés. La pregunta la formuló Albert Rivera: ¿Por qué quiere Mas para sus hijos lo que les niega al resto de alumnos catalanes que no se pueden pagar una escuela absolutamente privada (no tiene conciertos)donde sí respetan la lengua materna de cada alumno? Pues eso. Salta a la vista.
ResponderEliminarConozco bastante bien Aula. El día que nos veamos cara a cara le diré por qué. De hecho cuando comparaba El Quijote con El niño del pijama de rayas estaba pensando en Aula. No sé, por cierto, si está sabiendo evolucionar bien si la presencia inmediata de la figura fundadora.
ResponderEliminarSe han cargado la educación publica consciente y consistentemente desde hace mucho tiempo. Yo, que creía en mi profesión y en la pública, ya no creo ni en una cosa ni en la otra, y hoy día me considero una profesora obsoleta.
ResponderEliminarMis hijos fueron a la pública desde pequeños. De los tres, dos recibieron el premio extraordinario de carrera. Los tres dominan el inglés (y una de ellos el italiano, también), sin que nunca hayan ido a una academia: todo lo aprendieron en la pública. La más pequeña tiene 30 años. Si hoy les llevara a la escuela, escogería el Liceo Francés o el Colegio Alemán. Y eso, para mí, es una tragedia.
Me gustaría saber qué porcentaje de docentes llevaría sus hijos a la pública. Efectivamente: la escuela pública duele.
ResponderEliminarComo en el dilema del prisionero, los comentarios presentes demuestran que la búsqueda de soluciones individuales perjudica el bien común: en qué medida ha contribuido a la degradación de la escuela pública el hecho de que muchos docentes optaran por llevar a sus hijos a centros privados por evitar los públicos de su lugar de residencia ?
EliminarHabría que analizar todo eso de las buenas escuelas desde dentro, he conocido gente que ha trabajado en ellas y no es oro todo lo que reluce, sinó que hay mucho marketing tambien, al revés que en las públicas, claro que va gente guay y todo pesa.
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