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miércoles, 27 de noviembre de 2024

La tierra de León agradecida

 I

Estoy en León, cordialidad a raudales y frío previsible, con momentos de un sol tibio y acogedor. La ciudad -el casco antiguo, en realidad- me gusta mucho, porque, entre las muchas delicadezas que le ofrece al visitante, está la de unas puestas de sol dignas de merecer un lugar privilegiado en las guías turísticas de la ciudad. 

II

Esto, amigos, está muy lejos. Per aquí parecen firmemente convencidos de que lo que está lejos es Barcelona. No sé yo...

III

No podemos vivir sin la intimidad que nos proporcionan los espacios reducidos y familiares, pero tampoco parece que seamos capaces de vivir solo en ellos y necesitamos -necesito- salir a espacios abiertos, a paisajes diferentes en los que soy un visitante fugaz y voraz y a los que no estoy seguro de regresar.  Ya no me queda tiempo para volver a todos los lugares a los que quisiera. 


No sé si la catedral de León es la más hermosa del mundo. Sé que es la que más me ha impresionado de todas las que he visto. Aquí no pesa la piedra, lo que cuenta es la luz, el espacio interior, la plegaria del asombro. 

IV

Salí en tren de Barcelona a las 9:05 y llegué a León a las 18:30. Me dio tempo para hacer muchas cosas. Incluso casi acabé el artículo sobre los estoicos. Pero qué largo... 

V

Estoy alojado en la Real Colegiata, sobre las murallas romanas, al lado de San Isidoro, a cinco minutos de la catedral. Todo está en su sitio. Todo está bien.

VI 

Mañana visito la Fundación Sierra-Pambley.


VII
Me sigue pareciendo un milagro que un desconocido se me acerque a pedirme que le dedique el libro que acaba de comprar. ¡Con la de libros que hay por las librerías, y ha elegido uno mío! Intento huir de las fórmulas vacías y escribir algo sincero, pero casi siempre pienso que no estoy a la altura de la mirada que tengo en frente.

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