I
De vuelta a casa, ayer por la noche. En la plaza de Cataluña sube cercanías que me trae a El Masnou un buen número de personas agotadas después de su jornada laboral. Varios no tardan en quedarse dormidos, unos apoyando la cabeza en el cristal de la ventanilla y otros en el hombro de su vecino. ¡Qué diferencia entre volver de viaje y volver del trabajo! Hay cansancios y cansancios. Aunque a las 23:19 abrí la puerta de mi casa, decidí no venir aquí a quejarme. No tengo motivos para ello.
II
Hoy he llevado a uno de mis nietos al colegio y durante el resto de la mañana me he limitado a vegetar, aprovechando este generoso sol de otoño que nos ha regalado el día.
III
He intentado rematar el artículo sobre el estoicismo, pero me he puesto a ello con una voluntad tan sutil, que se me ha deshilachado al segundo párrafo. De Maistre asegura en Les Soirées de Saint-Pétersbourg que no hay filosofía sin el arte de despreciar las objeciones. Así es. Aquello en lo que nos detenemos a pensar es aquello que ha conseguido traspasar el cedazo de nuestro desprecio. Y ahí está el sesgo inevitable.
IV
Acabo de decidir de qué tratará mi próximo artículo en el ARA: de la invasión de lo emocional-identitario en el arte de esta última década. La emotividad identitaria está parasitándolo todo.
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