I.
Me pregunta B. desde París por qué me he saltado en este casi-diario la experiencia del Machu Picchu, que, a su parecer, fue el punto culminante de nuestro viaje al Perú. La respuesta es que cuando vives con rapidez, la memoria va empujando a lo vivido hacia atrás. Pero hay otra razón y es que el Machu Picchu, con toda su monumental grandeza, fue un pelín decepcionante.
II
El día comenzó con un madrugón. Nos levantamos a las 4:00 porque un coche tenía que llevarnos hasta la estación del tren de Ollantaytambo para coger allí el tren panorámico que nos llevaría lleva al pueblo de Aguas Calientes, un pueblo invadido por el turismo (por ese turismo que pretendemos no encontrar cuando hacemos turismo). El viaje en tren, remontando la orilla izquierda del río Vilcanota mereció la pena porque era una entrada progresiva en la selva. A nuestra derecha una joven española estuvo todo el trayecto pendiente de su móvil. No recuerdo haberla visto ni una vez mirando por la ventana. A nuestra izquierda, al otro lado del río Vilcanota, veíamos caminar con envidia a los esforzados aventureros que hacían a pie el camino inca para llegar a Machu Picchu como hay que llegar, andando. Ellos entraron a la ciudad por su puerta natural, en lo alto de una montaña, de manera que se encontraban a la ciudad a sus pies. Nosotros tuvimos que subir a un autobús en Aguas Calientes para llegar a la entrada adaptada a los turistas.
III
Sí, sin duda, el lugar impresiona, sobre todo por la relación que mantiene con las cimas de las montañas que lo rodean. Es un lugar para mirar hacia arriba, hacia el cielo, y sentirte un poco un ave que anida en el nido sagrado de los Andes. Pero yo no tuve tiempo de abandonarme a la imaginación, porque algo muy concreto me mantuvo muy pegado a mi estricta realidad: los voraces mosquitos, que me acribillaron. Habitualmente suelen pasar de mí y prefieren otras sangres. Los de Machu Picchu se cebaron en mí, dejándome los brazos como un campo de batalla.
IV
Con respecto a los incas, tuve siempre la impresión de que lo que nos contaban con vehemencia los guías turísticos era en gran medida una invención de su propio mito del buen salvaje.
V
Represamos al hotel cuando ya era noche cerrada, agotados. En fin, que nos sometimos a la maldición del turista moderno.
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