I
Hoy he llegado puntualísimo a la cita a la que ayer llegué con un día de antelación. He salido de casa al mismo tiempo, pero he ido andando desde la estación de Sant Adrià hasta mi destino, la sede de Enciclopèdia Catalana, en Venezuela 105, y he vuelto de la misma manera, pero caminando a paso lento, porque así lo requería mi amigable compañía.
II
Las casas se habitan y como se habitan se degradan. De repente una puerta cierra mal. Al principio te molesta y te dices que hay que llamar a alguien para que la arregle, pero pasa el tiempo y te acostumbras a la puerta que cierra mal... como te acostumbras a la ducha que gotea cuando quiere, a la bombilla que ya no obedece al interruptor, a la cisterna que se muestra caprichosa, a esa madera que necesita un carpintero, a la marca en la pared que dejó un nieto... y así, sin darte cuenta, tu casa se convierte en la casa de los abuelos, que es la casa en la que todo funciona sui generis, cada vez más sui generis.
III
Hay como una solidaridad empática en el envejecimiento entre tu casa y tú. Nos comprendemos mutuamente y nos reconocemos en nuestros mutuos achaques.
IV
Pero hay goteras a las que hay que poner arreglo por el riesgo de que vayan a más. Hoy ha venido un albañil de confianza. Ha mirado lo que tenía que mirar con ojo de escrutador avezado y ha decidido que la causa de la gotera y la humedad del techo del cuarto de la lavadora estaba en una bajante del tejado. Se ha subido, ha estado escudriñando y ha aparecido con una pelota de fútbol casi completamente desinflada que tapaba la entrada de un desagüe y que ya había dado lugar al crecimiento de varias plantas, cuyas raíces parecen ser la causa inmediata de las humedades. La causa remota son, claro está, mis nietos.
Quizás debiera llama a ese carpintero, albañil, pintor, electricista... de una vez. Y popor cierto ¿arregló el fontanero la ducha? Un abrazo
ResponderEliminar