I
Seguiremos con Eros, pero déjenme que les cuente lo de ayer.
II
El despertador sonó a las 6:30 y me levanté sintiéndome bien. Había pasado una noche tranquila y me sentía perfectamente capaz de enfrentarme al reto que me esperaba. El tren salía a las 9:10, pero yo ya estaba en la estación de Sants a las 8:00. Me extrañó ver tanta gente arremolinada ante la sala de espera y el panel del aviso de trenes enloquecido, pero nadie tenía noticias claras de lo que ocurría. Poco a poco nos fuimos enterando por los móviles de las noticias de la prensa. Había habido un descarrilamiento de un tren a la salida de cocheras que provocaba retrasos generales e indefinidos. A las 9:30 se nos anunció que para las 12:00 estaría todo arreglado. Pero se iban acumulando retrasos y seguían llegando viajeros perplejos a la estación. A las 12:00 se suprimió el tren que iba a Alicante. Yo inauguraba a las 19:00 en Tudela el Congreso del bienestar y comenzaba a dudar de mis posibilidades de llegar a punto. A las 13:00 la confusión continuaba. A las 14:00 la organización del congreso me sacó un billete para un tren que iba para Madrid. Me dejaría en Zaragoza y de allí me llevarían en coche a Tudela. Es molesto, muy molesto, que haya tantas incidencias en los ferrocarriles españoles, pero es muchísimo más molesto el ninguneo, que nadie te ofrezca informaciones claras, la oficina de información colapsada, la gente desorientada, el cansancio inútil, la sensación de ganado perdido en tránsito.
III
El día lo salvó, con creces, mi encuentro en Tudela con el grandísimo Enrique Vila-Matas. Este hombre es un monumento nacional. Nadie maneja la ironía como él, nadie vive más inmerso en la literatura que él, nadie persigue con más ahincó que él los intersticios de la realidad en busca de luz nueva, nadie explica mejor que él el milagro de la escritura. Me imagino que queda clara mi admiración hacia este escritor que ha hecho de su vida una figura de su obra. Cenar a su lado fue un lujo.
Tudela...
ResponderEliminarUn libro de Ciencias Sociales de EGB en los setenta, de Santillana. El término de comparación era un kibutz.
Mi buen padre fascinado por las ilustraciones :" Con estos libros estudia cualquiera..."