I
Tendemos a creer que podemos traducir nuestra experiencia en palabras para transmitir a nuestros seres queridos no las palabras, sino la experiencia. Pero como las cosas no van por ahí, uno acaba aceptando (a regañadientes) que nuestros hijos y nietos aprendan más de su inexperiencia generacional que de las vetustas palabras del abuelo.
II
En el funeral de mi madre oí por primera vez la canción litúrgica Señor me has mirado a los ojos, etc. En realidad no me gusta mucho. Se me antoja un pelín cursi (tampoco quiero ir de iconoclasta). El caso es que en aquel funeral estaba yo llorando como una criatura. No tenía manera de secar la llorera. Desde entonces, cada vez que oigo la canción en misa, se me enturbian los ojos y, quiéralo o no (que no quiero), me pongo como un flan. La memoria de mi cuerpo guarda frescos recuerdos que la memoria de mi alma parece ir olvidando y en algunas circunstancias impone su presencia con una rotunda energía. Me digo que ya está bien, que soy un señor adulto y que la canción es un poco cursi y que vamos para los 40 años que se murió mi madre. Y, sin embargo, no hay manera. Mi cuerpo ha renunciado al olvido. Y quizás por eso cada vez sueño más con mi madre: con su manera de sujetarse el pelo con pinzas, en su manera de decirme que le enhebrase la aguja, en su manera de protestar contra mis abrazos («¡Me vas a romper las costillas!»), en su delicada manera de rebozar las verduras para la menestra, en su empeño en pintar ella el techo de la cocina poniendo una silla encima de la mesa y estirándose sobre ella a sus 80 años... Se murió convencida de que estaba a las puertas del Valle de Josafat y que mi padre, que llevaba muerto 30 años, la estaba esperando con los brazos abiertos.
Ole i ole
ResponderEliminarEl Valle de Josafat, también me recuerda a mi madre, que convenció a mi marido para que la llevara a ver a su mejor amiga que era monja de clausura y cuando se despidieron , mi madre le dijo:
ResponderEliminar- Leonor, ya hasta que nos veamos en el valle de Josafat..
Y así fue, fué la última vez que se vieron en vida.
No le sepa a usted mal la llorera. Es digno de almas nobles, sinceras y sencillas. Y usted lo es. Somos lo que somos, no lo que nos gustaría ser. Y respecto a los nietos, no hace ni unas semanas que me hinché como un globlo cuando oí a mi nieto mayor comentando con sus amigos que "a mí, el único que me explica cosas es mi abuelo".
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