Al norte de Salas de los Infantes, en la burgalesa Sierra de la Demanda, está el paraíso. Lo sé porque cada año vuelvo a pasar unos días en el verano. Se llama Hoyuelos de la Sierra. Cerca de Hoyuelos está Castrovido y, un poco más allá, Monasterio de la Sierra, el pueblo que lleva el nombre de un antiguo convento franciscano dedicado a la Virgen de los Lirios, hoy en ruinas, situado a 4 km de distancia.
El camino del pueblo a las ruinas es, créanme, una auténtica delicia. Son 4 km majestuosos que nosotros, gracias a las lluvias del día anterior. hicimos con un terreno blando engalanado de verdes espléndidos.
Por allí iba mi familia, en fila, como la familia vertebrada que somos, siguiendo las indicaciones, que no siempre estaban claras, pero disfrutando de nuestra compañía, que no es poca cosa.
Finalmente dimos con un muro de piedra que sabíamos que teníamos que recorrer hasta dar con una entrada que nos llevaría hasta las ruinas del convento, que la espesa vegetación ocultaba.
Aquí recluían los franciscanos a los frailes disolutos, con los que no había manera de hacer carrera. En Castrovido aún circula el siguiente dicho: «¿Fraile, qué hiciste, que a Castrovido viniste?» De todo aquello solo queda la presencia de la piedra carcomida por el abandono y la memoria difusa de un antiguo esplendor.
Nos sorprendió no encontrarnos con nadie ni en el camino ni en las ruinas, pero cada uno veranea como quiere. No son, desde luego, espectaculares, pero, como decían los románticos, "Sólo hay algo más romántico que un cementerio: un cementerio en ruinas". Lo mismo podemos decir de un monasterio gótico. Las tropas de Napoleón le hicieron unos cuantos boquetes persiguiendo al cura Merino y después, la desamortización hizo el resto. Hoy los antiguos campos de cultivo son propiedad de la maleza.
¡Qué extraña soledad, la de las ruinas! Es la soledad de la victoria inapelable del tiempo, que en forma de naturaleza, va borrando la presencia de lo que fue. ¿Por qué resulta tan atractiva esta melancolía? ¿Quizás porque intuimos que "de te fabula narratur"?
Por. supuesto, me puse pedante, y les recité a los míos las palabras de la epístola décima de Horacio: "Naturam expellas furca, tamen usque recurret". Es decir: "Podrás mantener a raya la naturaleza con tus trabajos, pero ella siempre vuelve". La cultura es el arte de mantener vigente el limite, porque la naturaleza posee un hambre voraz. Siempre me han sorprendido los que se jactan de experimentar un sentimiento místico de copertenencia con la naturaleza. ¡Si la naturaleza es un fenómenos gástrico!