Epifanía de la luz y de la gente.
Recuerdo especialmente dos largos paseos: el del sábado por la mañana temprano y el del domingo por la tarde. Decía Hegel que la revolución francesa había perforado como un topo el pesado reino de la tierra y se había abierto paso hasta la luz del día. A veces siente uno exactamente eso, que la propia alma se ha sacudido el barro y la oscuridad y se ha abierto el paso hasta la luz del día. Entonces caminas con los ojos muy abiertos, sin prisa por llegar a ningún sitio, porque ya estás donde quieres estar.
Epifanía del silencio:
Comenzó a llover y buscamos refugio en el Café Gijón, que nos pilló al lado. Estaba casi vacío e impresionaba el silencio de un lugar tan habitado por las voces.
Le pregunto a un camarero: ¿Sabe usted cuál era la mesa de Ruano?
Respuesta de compromiso, sin mirarme siquiera: Yo llevo poco tiempo aquí.
Epifanía del sol tras la tormenta.
Se ha hablado tanto de los cielos y las luces de Madrid que es difícil no enturbiar su esplendor con las palabras. La luz no parecía venir del cielo, sino emanar de las piedras mismas.
Epifanía de la teoría de las ausencias.
El Teatro de la Comedia. Para mí, ese era el lugar en el que hablaron Ortega, Unamuno y tantos otros en aquel tiempo en que los filósofos se hacían oir.
Epifanía de la buena gente.
Resulta que Jaume Vives, una persona luminosa y rodeada de ángeles, estaba en Madrid y me he encontrado con él en la puerta del hotel.
En El Subjetivo: Asignaturas y disciplinas.
Jueves 13 de mayo. Las 18:18. Estoy en casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario