Mientras la flor del acanto sigue su curso, yo he abierto El mundo visto a los ochenta años, de don Santiago Ramón y Cajal (1934). “Hemos llegado sin sentir a los helados dominios de Vejecia, a ese invierno de la vida sin retorno vernal". Así comienza el sabio, para seguir de este modo: "El yo, no obstante las traiciones y eclipses de la memoria, sigue considerándose como eje de nuestra vida interior y exterior, a despecho de un cuerpo decrépito que nos sigue jadeante y como a remolque en nuestras andanzas fisiológicas e intelectuales”. No negaré que me han conmovido estas palabras, pero, sinceramente, no más que estas otras: "“Explícase difícilmente en el varón enterizo y fuerte el olvido de la tradición artística veneranda de la barba”.
Esta tarde me he puesto el 9 en la espalda y, armado de valor, he salido a pasear con mi Agente Provocador. 11 quilómetros de subidas y bajas por pendientes abruptas. ¡Y a ella aún le ha parecido poco!
Me llama un joven editor de una firma relevante. Ha comenzado, de nuevo, el baile.
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