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domingo, 2 de mayo de 2021

Ayer volví a las viñas

Ayer salió el sol un par de horas y aproveché para subir hasta las viñas, a ver cómo se presenta la balbuceante primavera. El acanto, casi a la puerta de casa, está ya a punto de florecer. A esta espléndida planta, con la que los griegos dignificaron los capiteles corintiaos, le gusta crecer tanto entre el asfalto como en las zonas umbrías de los torrentes.

Los racimos insinúan el milagro de cada año. Cada brote nuevo es una victoria de la cultura (como agri-cultura) sobre la naturaleza, un canto a la capacidad domesticadora del hombre. En algún lugar del mundo dentro de un par de años alguien beberá el vino que aquí nace.

El suelo estaba blando, el aire limpio, el campo desierto, el silencio era completo.

Me he recorrido estos lugares muchas veces y cada primavera me sorprenden porque (me) parece que me estaban esperándome. En todo caso, son un regalo que, al caminar en soledad, tienen algo de exclusivo.

Esos cipreses -árboles de Afrodita- llevan aquí muchos años, poniendo sobre las laderas una pincelada toscana. Cada vez que hago este recorrido me detengo a admirar esa insisencia suya por romper la horizontalidad dominante del paisaje...

Al fondo, Barcelona, como un espejismo. Me imagino que la mayoría de barceloneses no tienen ni idea de lo cerca de sus casas que está este oasis de paz. Mejor que siga siendo así, desde luego.

Los pámpanos parecen poseer una luz interior que los empuja a creceer.

Otra cosa: En el número de mayo-junio de la revista CLAVES hablamos de la familia: "evolución de una institución imprescindible":



3 comentarios:

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