Me gustaría ser capaz de cantar un peán a los pantalones que he tirado esta mañana al cubo gris de la basura. Un peán era un canto de victoria y aunque había algo de derrota en mi despedida de unos pantalones que tanto servicio me han prestado de forma tan callada y solícita, el hecho de que hayan resistido hasta casi deshilacharse con solo tocarlos, me parece que es una victoria sobre la obsolescencia programada de los productos de consumo modernos. Yo quería a esos pantalones. Llevaban varios años conmigo y ya estábamos hechos el uno al otro. Ahora tengo que ir domesticando unos pantalones nuevos para que se adapten sin rechistar a mis caprichos motores y posturales. ¿Si se entierran animales, por qué no enterrar una prenda a la que con el roce -nunca mejor dicho- le has cogido cariño? "Aquí yacen mis fieles pantalones, siempre a mano, que nunca defraudaron la promesa que me sugirieron al comprarlos".
Por lo demás, día de lectura, Del frente popular a la rebelión militar, el tristísimo libro de Diego Martínez Barrio, y de jardinería, sembrando "dichondria repens" en nuestro jardín lilipitiense... a ver si los mirlos no se zampan las semillas antes de que echen raíces.
Me nombran en La Razón.
Yo también me encariño con la ropa. Un beso
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