–¿Cómo es que Cristo perdonó a todos? –pregunta Kornílov.
–Cristo podía perdonar y absolver –contesta el padre Andréi–. Por eso lo llamamos redentor. Es Dios, después de todo. ¿Por qué tuvo que morir, sufrir? ¿Hemos pensado en ello? (…) La moraleja de esta fábula es sencilla: ni siquiera Dios se atrevió, escuche bien, a perdonar a los hombres desde el cielo. Porque el valor de un perdón como ése sería nulo. No, desciende de tu Sinaí, métete en el pellejo infame de un esclavo, vive y trabaja 33 años como carpintero en una ciudad pequeña y sucia, soporta todo lo que un hombre puede soportar de otros hombres, y cuando… te laceren con látigos, te arrastren luego con una cuerda y te crucifiquen desnudo en un poste, expuesto a la vergüenza y al escarnio, pregúntate desde lo alto de ese maldito árbol: ¿amas a los hombres como antes o no? Y si dices: “Sí, los amo como antes. ¡Tal como son! ¡De todos modos los amo!”, entonces, ¡perdona! Pues tu perdón tendrá una fuerza tan terrible que quienquiera que crea que puede ser perdonado por ti será perdonado. Porque no es Dios en el cielo quien les perdonó el pecado, sino un esclavo crucificado. ¡Esto es lo que significa la fábula de la redención!
–¿Podría usted perdonar a Judas?
–¿Por qué no? ¿Quién era Judas, a fin de cuentas? Un hombre que había sobrevalorado terriblemente sus fuerzas. Tres cuartos de los traidores son mártires fracasados.
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