Ya tengo asumido que mi relación con las espías catalanas de la KGB (Caridad Mercader, Carmen Brufau, África de las Heras, Lena Imbert...) va para largo. La mayor parte del tiempo no hago sino dar palos de ciego. La mayoría de los que saben cosas no quieren recordarlas y los hijos de los que sabían, las saben mal. Dedico mucho tiempo a recorrer calles sin salida. Pero de vez en cuando el palo de ciego da contra la piñata. Es lo que me acaba de ocurrir al seguir una pista en forma de nota a pie de página de un artículo antiguo que me ha puesto en contacto con alguien de México. Gracias a sus indicaciones he llegado hasta esta foto de Caridad Mercader y Lena Imbert, la novia de su hijo Ramón. Está tomada en México a finales del 36. Por diversos motivos esta imagen y la información que la acompaña son para mí de un enorme valor.
Me encuentro también con algún dato interesante sobre Diego Rivera y David Alfaro-Siqueiros.
Una anécdota del primero bastante característica de su manera de ser: En una ocasión salió a caminar por la Avenida Juárez de México armado de un imponente garrote. A los que se interesaban por las razones de esta excentricidad les contestaba que sólo pretendía “orientar la crítica”, que en aquellos días le había sido desfavorable.
Me entero también de que en 1978, con motivo de una exposición retrospectiva de Rivera, los comunistas mexicanos estuvieron discutiendo su expulsión post mortem del partido.
Cuando recurra a testimonios orales para la reconstrucción del pasado, D. Gregorio, no olvide que la memoria es engañosa.
ResponderEliminarEn este caso, entre lo que los padres no quisieron nunca contar y lo que a los hijos les gusta imaginar, es dificil hacerse una idea cabal del valor de cada testimonio... sin embargo yo también he ido desarrollando mis propias argucias.
EliminarSr. Gato: Muy interesante el trabajo de la Sra. Loftus. De todas formas, por matizar y desprenderse un poco del comportamiento alucinatorio hacia lo escrito, lo que puede estar distorsionado o ser ficción es el recuerdo. Tanto si se "testimonia" hablando como escribiendo, nada cambia, ni mejora ni empeora. De hecho, se miente y distorsiona mucho mejor y con más eficacia y sutileza escribiendo que hablando.
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