Uno de los textos más importantes de Strauss, en el sentido de que es clave para comprender su pensamiento, es su comentario de Más allá del bien y del mal de Nietzsche, que en cierta manera puede considerarse también su testamento filosófico. Pues bien, en el núcleo argumental de este comentario nos encontramos con estas palabras: "Hay un componente importante, por no decir el nervio, de la 'teología' de Nietzsche del cual no he hablado ni hablaré." El lector habitual de Strauss sabe que en este gesto se encuentra lo más auténticamente estraussiano. Lo que está diciendo es, más o menos, lo siguiente: El lector perezoso leerá esto y pasará de largo, sin extrañarse; mientras que el lector capaz de extrañarse, el lector filósofo, intentará ir más allá. Para orientar a este segundo lector, Strauss añade que eso de lo que no quiere hablar ya lo "ha tratado valiosamente Karl Reinhardt en su artículo Nietzsches Klage der Ariadne.
La escritura de Strauss ha sido conscientemente diseñada como un intertexto entre el lector y algo a lo que remite el texto, pero cuyo ser sólo nos es accesible como remisión desde el texto. Strauss nos invita a a leer sus ensayos con un montón de libros encima de la mesa. Y no se hace muchas ilusiones sobre el número de lectores dispuestos a aceptar su apuesta.
Strauss cita a Reinhardt pocas veces. Sabemos que asistió a sus clases en Marburgo en 1918 y que en ellas comprendió las honduras de la "phýsis" (naturaleza). En el comentario de Más allá del bien y del mal es al único comentarista de Nietzsche que cita. El lamento de Ariadna, un ensayo muy hermoso, fue publicado por Reinhardt en 1935 y sin duda tuvo una influencia decisiva en la evolución del pensamiento de Strauss.
Reinhardt desarrolla la tesis de que la figura de Dioniso es para Nietzsche un intento de superación del ateísmo de Zaratustra. Zaratustra es incapaz de creer. A veces parece añorarlo, pero su función no es proclamar el advenimiento de ningún nuevo dios, sino la muerte de los existentes. ¿Por qué nos dice Strauss que sobre esto ni ha hablado ni hablará.? Aquí nos vemos forzados a buscar amparo en la conjetura. ¿Quizás es que no se considera en condiciones de valorar la viabilidad del proyecto nietzscheano? ¿Le asusta teorizar la idea de una religión del futuro que esté al servicio de la filosofía? ¿Es incapaz de enfrentarse a la extrañeza de un dios filósofo? Lo que no es una conjetura es que Strauss deja entrever en su comentario que la novedad más sorprendente de cuantas han salido de la pluma de Nietzsche es la de que los dioses también filosofan (Más allá..., 295). Este dios que filosofa ya ha dejado atrás a Zaratustra, porque sólo de esta manera está en condiciones de pensar todas las profundidades de la voluntad de poder. A Zaratustra le cuesta reír. No puede hacerlo mientras refuta la posibilidad de fundamentar la moralidad en la palabra de Dios. Zaratustra nos ha desvelado la fuerza del artista, pero parece no saber nada de la fuerza del legislador. Sin embargo eso que Zaratustra nos muestra, el fundamento de todos los fundamentos, el fundamento de la voluntad de poder, no deja de ser una reivindicación de Dios y, de hecho, un griego no habría dudado en darle este nombre.
"Yo me permitiría -dice Nietzsche en Más allá..., 294- establecer una jerarquía de los filósofos según el rango de su risa, hasta terminar por arriba, en aquellos que son capaces de la carcajada áurea. Y suponiendo que los dioses filosofen, a lo que más de una conclusión me ha empujado ya, yo no pongo en duda que, cuando lo hacen, saben reír también de una manera sobrehumana y nueva ¡Y a costa de todas las cosas serias!" La risa, es, sin duda, la del espectáculo del eterno retorno, al que Nietzsche se refiere en Más allá como "circulus vitiosus deus" (56). Este es el círculo del desmembramiento permanente de Dioniso por los titanes y de su recomposición permanente. Dioniso, dice Reinhardt, ha de ser concebido como el alma del mundo. ¿Y Ariadna? La Ariadna de Nietzsche representa la vida o, quizás es mejor decir con un vocabulario postheideggeriano, la existencia. Para el héroe, Teseo, Ariadna es un laberinto, pero para Dioniso es su amada y en condición de tal le susurra: "Yo soy tu laberinto". El laberinto, concluye Reinhardt, posee una nota gnóstica. ¿Es necesario añadir que la verdad, para Nietzsche, es una mujer?
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