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miércoles, 16 de junio de 2010

A vueltas con la felicidad

Eso de poner a caldo la felicidad parece que ha tenido éxito. Y me preocupa. No es que no esté del todo de acuerdo con Gottfried Benn cuando dijo aquello de "Ser tonto y tener trabajo, he ahí la felicidad"... es que no quisiera andar cultivando una pose pesimista a lo Shopenhauer. Da demasiado trabajo. Y es agotador mantener las veinticuatro horas del día la pose desgraciada. No entra en mis planes poner en el umbral de este Café de Ocata "La vida es un negocio que no cubre los gastos", ni nada parecido. Lo opuesto a la felicidad no tiene por qué ser una infelicidad permanente, basta con una frágil felicidad circunstancial.

6 comentarios:

  1. Si se está más o menos sano, no hay pesimismo que resista con dignidad... una buena paella, por ejemplo.
    Lo de la impostura en estos lares es tremendo. Como siempre, nos queda la sensatez y la humildad del día a día, del "na fent", l'"aquí caic i aquí m'aixeco", no exento de heroicidad.

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  2. Hombre Don Gregorio, yo siempre le he considerado
    a traves de sus escritos un moderado optimista.

    Creo que tiene toda la razón con el pesimismo no se llega a ninguna parte, y aunque vengan duras y mal dadas, con la que esta cayendo, al menos salvo en ciertos casos y circunstancias y con razón en occidente nos podemos quejar, pero no estamos a la altura de las penurias de otros paises, asi que depositemos la confianza en la esperanza, aunque sea con ese moderado optimismo.

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  3. El calificativo de Rubén se compadece perfectamente con lo que me sugiere esta entrada...
    ¿Quién dijo eso de "sed moderadamente felices"?
    La felicidad no es sinónimo de alegría y de ahí que la melancolía, en las dosis justas que le permitan ser ese punto de encuentro con el regusto de lo perdido que citaba sólo ayer, sea para mí un punto de moderación... si no se convierte en estado de ánimo.
    Pero la felicidad, siendo frágil, no es circunstancial ¿no?
    ¿No es más bien una cuestión de balance?

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  4. Hace unos milenios, un abuelo, mirando a su nieto, formuló para sí mismo -ante la presencia del mundo- un deseo: ¡Que este chaval sea -ójala que sea- ... tararí!" Aquella locución -tararí, que tras revueltas y palantes y patrases se terminó pronunciando "feliz"-, expresaba lo que el anhelo del abuelo contenía: que no se cebe en él el sufrimiento, que sea digno de su condición de hombre, que se gane sanamente su lugar entre sus iguales, que la sonrisa le visite a menudo, que no le falten los lances, que se tropiece y se vuelva a levantar un millón de veces, que corra detrás de las mozas, que no huya de la tristeza, que no deje cualidad sin explorar, que guste el sabor natural de la pena, que brille, que aprenda a contar, a ordeñar, a cortar, que sea agradecido, que nadie le haga esclavo, que se acuerde de mí, que se olvide de mí....

    Con los tiempos, el término "feliz" y sus derivados "feliciadad", "feliciano" se utilizaron para un montón de cosas distintas y se echaron a perder cuando se convino que aludían a un estado desconectado de la realidad, bobalicón y susceptible de ser alcanzado tomando Prozac y yendo al psiquiatra: un estado separable y separado del "aprender a contar".
    Por eso el desdén hacia el término es comprensible. Intuyo la inminente vuelta del término original: ¡Me siento... tararí!

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  5. Acercarse a la felicidad es también acercarse al conocimiento de uno mismo y de los demás; es "saber" desenvolverse bien en la vida; por esto es tan importante mostrar a nuestros alumnos, hasta donde sabemos, como pueden desenvolverse medianamente bien en la vida. Sobre todo para que no aprendan tras haber metido varias veces los dedos en los enchufes (error - error - acierto)

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