viernes, 25 de junio de 2010

Carnap y Strauss en Chicago

Para el amigo Claudio, que me ha dado la idea.

Rudolf Carnap llegó a la Universidad de Chicago al mismo tiempo que Leo Strauss. Probablemente ambos se habían conocido en Berlín y, muy posiblemente se encontraron en Davos, en la gigantomaquia filosófica entre Cassirer y Heidegger. Strauss salió de Davos como un heideggeriano (como la mayoría de los jóvenes filósofos judíos) . Carnap, por el contrario, dedujo de todo aquello que Heidegger usaba el lenguaje de tal manera que en sus manos la significación se evaporaba dejando solamente un poso de gesticulación a la que no tenía inconveniente en calificar de Olímpica.

En Chicago Carnap emprendió junto a Neurath, la tarea fenomenal (que ponía de manifiesto una arrogancia filosófica en nada inferior a la de Heidegger) de editar la Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada, que irónicamente no consiguió ni unificar las posiciones de los editores, que acabaron separándose.

Carnap nunca contó con muchos aliados en Chicago, pero su renombre internacional pesaba mucho más que las reticencias de sus colegas filósofos (entre los que se encontraba Strauss como colega y como reticente). No había mucho socialista en la facultad de filosofía, así que su pretensión de expandir el neopositivismo, convencido de que, en tanto que filosofía científica, provocaría una mejora generalizada de las maneras de pensar y, por lo tanto una mayor armonía social, la tenía que llevar a cabo casi como francotirador.

Digo "casi" porque no estaba completamente solo. Contaba con el apoyo de Charles W. Morris, que de hecho fue el responsable tanto de su contratación como de la de Neurath,. Juntos convirtieron la Universidad de Chicago en uno de los centros mundiales del neopositivismo.

Carnap, que estaba más pendiente de sus relaciones europeas que de las controversias locales, finalmente abandonó Chicago en 1952. Dos años antes había intentado conseguirle inútilmente un puesto a Popper. No lo consiguió gracias, entre otros factores, a la decisiva oposición de Strauss.

Hay que pensar en Strauss para entender lo que solía comentar Carnap sobre sus colegas en Chicago. Aseguraba que había tenido la sensación de encontrarse en medio de un grupo de sabios medievales con largas barbas y solemnes túnicas que se dedicaban a resolver la cuestión de cuántos ángeles pueden bailar en la punta de una aguja. Pero entre los discípulos de Strauss se respondía a esta crítica con una puya que a todos, menos a Carnap, les hacía mucha gracia.

En el transcurso de una visita de Bertrand Russell a Chicago éste y Carnap discutieron sobre la existencia de la realidad objetiva con tanto acaloramiento que acabaron preguntándose si podían demostrar la existencia de sus respectivas mujeres, que por cierto estaban presentes. Parece que Russell no fue capaz de convencer a Carnap de la existencia física de su mujer. Obviamente estas bromas molestaban profundamente a Carnap. Strauss, por su parte, no perdía oportunidad para poner en cuestión los esfuerzos del positivismo lógico (al que a veces se refirió como “ciega pedantería escolástica”) para clarificar el significado.

Es decir que. como todos tenían claro, no se entendían entre sí.

Habría que escribir una Historia de la Filosofía como relato de los desencuentros e incomprensiones entre los filósofos. Pero es más reconfortante escribir la Historia del Espíritu. Las historias de la filosofía no son, de hecho, historias de la filosofía, sino manuales de autoayuda que utilizan los filósofos cuando están deprimidos.

4 comentarios:

  1. Ahí está nuestro -imposible- Davos. El pobre Cassirer asistió ya cadavérico. Nosotros y nuestra postpostmodernidad somos aún espectadores. Oísmos voces, airadas, lejanas. Son insultos, pero todo lo que tenemos enfrente está aún animado por este desprecio, que no diálogo. De ahí el fin de la filosofía, y me temo que incluso del pensar.

    O no: tengamos fe en nuestros nietos. De momento el suyo ya se come con patatas a Carnap. Démosles tiempo.

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  2. Lola: Ante jóvenes recién salidos de las trincheras de la Primera Guerra Mundial era difícil sostener que el ideal tiene más fundamento que la muerte.
    Lo nuestro es peor. No sabemos nada de las trincheras, ironizamos sobre la muerte y nos hemos merendado el ideal.

    Tengamos fe. Y punto.

    Efectivamente, mi nieto no tiene ninguna duda sobre si su madre está presente en una habitación o no.

    Por cierto: ¿Cómo se sentiría la mujer de Cassirer? La de Russell sabemos que estaba muy acostumbrada al engaño de su marido.

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  3. Está por hacer una historia de las mujeres de los filósofos. Pobrecicas, que diría mi suegra. Las mujeres filósofas, se las dejamos a Fina Birulés.

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  4. A mí no me líe, que la idea fué del nieto. Y prepárese para lo que va a seguir...

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