Habla hoy Quintano en su columna del ABC de naranjitos y naranjitas. Yo de los primeros no hablo, que después todo se sabe, pero de las segundas sí. Recuerda Quintano que "lo que hoy se dice 'hacer manitas' se decía 'hacer naranjicas' en la época de Lope, que acudió a las fiestas de Denia con la corte y descubrió, con estupor, que la diversión principal era, entre damas y galanes, tirarse y devolverse naranjas desde la calle a los balcones". Por eso yo soy devoto de la beata Inés, a quien conocí gracias a un muy casual encuentro con su biografía, publicada en Valencia en 1882, con el título de “Vida, virtudes y milagros de la Venerable Madre Sor Josefa María de Santa Inés, religiosa del convento de Benigánim”. El autor de la misma fue Felipe Benavent, el cura de la parroquia de esta villa y confesor de la Venerable. Dos cosas me llamaron especialmente la atención de la vida de esta santa. La primera que cuando lavaba la ropa la acompañaban varios angelillos que se entretenían con las pompas de jabón que ella iba haciendo a propósito y en agradecimiento ellos la ayudaban a hacer mucha espuma para que la ropa quedase pulcrísima. La segunda, que cada atardecer, en cuanto se ponía a rezar en la iglesia, los ángeles se desprendían del retablo del altar mayor y bailaban con ella todo tipo de danzas infantiles. Hasta el mismo Jesucristo le lanzaba naranjas desde el sagrario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario