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domingo, 10 de julio de 2022

Ágreda

He salido tarde de casa, cuando el sol comenzaba a declinar, así que el viaje ha sido una larga, pausada y magnífica puesta de sol. Como voy sin mi mujer, me permito el lujo de conducir por carreteras secundarias hacia el sol poniente. No importa a qué hora llegue. En Borja decido torcer a la izquierda y dirigirme a Vera de Moncayo para, pasando por Trasmoz, Lituénigo y Vozmediano (donde nace el río Queiles), llegar a mi destino. Estos topónimos castellanos parecen a propósito para abrir cuevas escondidas repletas de tesoros.

El Moncayo, majestuoso, le arranca mil tonalidades pastel al sol, cada repliegue de la ladera es un festival cromático. No hay apenas circulación y voy despacio. Llego a las puertas de Ágreda con las últimas luces del día y justo a mi derecha, descubro, sin buscarlo, el austerísimo convento de sor María Jesús de Ágreda. Alguna vez habrá que hablar del barroco austero. Está todo cerrado, pero una luz se enciende de repente tras una ventanilla del segundo piso. Alguien abre las hojas de la ventana y los visillos blancos son movidos por el viento. No me atrevo a darle pábulo a mi mirada indiscreta y vuelvo al coche.

En el hotel me dicen que hay boda y que habrá música, al menos, hasta las 24:00. Me doy una vuelta por el pueblo, que parece en fiestas, y regreso a cenar: huevoss fritos con jamón, chorizo, patatas fritas y una buena jarra de cerveza. Los invitados, con sus flamantes ropas de boda, van de aquí para allá. No parece que sepan muy bien a dónde. Todos llevan vasos rebosantes de bebida en la mano.

Al ir a pagar descubro, entusiasmado, que tienen fardelejos. Pero decido dejarlos para el desayuno de mañana.

J.A. González Sainz me envía un mensaje doble. Me dice que habla de mí en su artículo de La Lectura y que en cuanto llegue a Soria, que lo llame.

1 comentario:

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