Ayer, pobre de mí, tuve que ir a Barcelona. Ya el mero hecho de ir de casa a la estación de tren se me antojaba una heroicidad de esas de "polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga". Pero me armé de valor y fui, bajo un sol compacto que fundía hasta los pensamientos. Y esperé, como esperaban los otros viajeros al tren, arremolinados en la sombra, como gorilas bajo la lluvia. Al fin, llegó el cercanías, se abrieron las puertas de los vagones y vimos que no cabía un alma más en su interior. No obstante, nos hicimos sitio. Incluso tuvimos que hacer sitio a los viajeros que se subieron en Montgat y en Badalona. Pero esto último nos dejó en una situación miserable. Sudábamos a gota gorda y "el cercanías" se convirtió en "el intimidad", con el agravante de que más de la mitad de los viajeros no llevaba mascarilla. Decidí bajar en San Adrián (lo conseguí, pero no sin esfuerzos) y esperar a un tren que transportase a humanos, aunque llegase tarde a la cita que, fue, por cierto, una muy sabrosa comida con dos editores... en un restaurante con el aire acondicionado estropeado
Buscar este blog
martes, 26 de julio de 2022
Como gorilas bajo la lluvia
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
La piel de la culebra
I No nos podemos bañar dos veces en el mismo río, decía Heráclito. II Todo cambia y nosotros con ello. Pero el ritmo del cambio se manifies...
Cuanta calamidad....y sin embargo sigue adelante. El misterio de la vida.
ResponderEliminar