Le escribo a J.A. González Sainz: "Ya que la vida es corta, hay que hacer los viajes largos. Ayer le di rienda suelta al volante y aparecí en Yanguas. De allí, pasando por Arnedo y Calahorra, desemboqué en mi pueblo, Azagra."
Viajar con tiempo para perderse en el camino y deleitarse con el encuentro con lo inesperado es una bendición de Hermes, el dios de los cruces de caminos, que no por casualidad era el protector de ladrones, comerciantes y viajeros. Me llevo muchas imágenes y muchos gratos recuerdos de este viaje que me acompañarán, con esa manera guadanesca que tienen de acompañarte los recuerdos durante mucho tiempo.
Ustedes ya conocen mi devoción por Soria, pero es que una vez aquí siempre encuentro nuevos argumentos para fortalecerla. Me levantaba temprano, para disfrutar del primer aire del día y repasar las sesiones sobre sor María Jesús de Ágreda, leer algún texto suyo y pensar un poco sobre la interpretación de este o aquel pasaje. Animado por el frescor intacto de la mañana, salía de la Residencia Duques de Soria y me iba al parque de la Alameda. Cada mañana me encontraba con varios hombres esperando la apertura de un bar para echarse no sé si la última o la primera cerveza. Ismael -sin duda, el mejor guía turístico de Soria- se ofreció a presentármelos, pero no hubo oportunidad de satisfacer mi curiosidad.
Creo que nos lo pasamos razonablemente bien. No es poca cosa hablar en el aula en que hablaba el gran Tirso de Molina. Hubo cordialidad, puntualidad y aprovechamento riguroso del tiempo y creo que tocamos las cuestiones importantes. La prueba definitiva del éxito fue la peregrinación casi colectiva de los asistentes, nada más acabar el curso, al convento de la Concepción de Ágreda, siguiendo el reclamo sor María Jesús.
Ahora mismo lo que me viene más nítidamente a la memoria son mis paseos lentos por Ágreda los días 9 y 10, que me permitieron descubrir algunas de las ricas singularidades que guarda esta ciudad; la temprana misa en el convento de la Concepción del domingo día 10, escuchando embelesado el coro de las monjas, rompiendo toda clausura; el rato tan cordial que pasé con la Madre Superiora, que fue tan amable de recibirme tras hacerme pasar por no sé cuántas puertas y oscuros pasillos (por cierto, ¡qué mujer más bella!), me autorizó a hacerle una foto, pero con la condición de no publicarla en las redes sociales; la comida en el Doña Juana el domingo, excesiva, claro; las visitas a Almazán y Berlanga del Duero (¿habrá algún lugar en Soria que no te reserve una sopresa?); aquel letrero en la fachada de una casa de tres pisos: "Se vende. 15.000€. A negociar"; la llegada a la Residencia Duques de Soria, donde me encontré a mi venerado Fabricio Caivano, memoria viva de la pedagogía rigurosa de España que asistió al curso: lo tenía delante, con su mirada inteligente y socarrona; el descubrimiento de las personas que asistían al curso (hubo quien llegó a Soria desde El Masnou o desde Guadalajara -un azagrés, por cierto-; la cena en las orillas del Duero; el viaje a Azagra, pasando por Yanguas... Todo esto, sumado, conforma una experiencia muy intensa que me obliga, de nuevo, a encender una vela en el altar del Azar Amigo, ese semidiós que me acompaña con su generosísima protección.
Me da que no será la última vez que visite usted Ágreda. No sé.
ResponderEliminarRegresaré a Ágreda, si el azar amigo sigue colaborando conmigo. Tengo que recorrer la ciudad con mi mujer. Y, además, ando con otro proyecto entre manos.
EliminarQuizás todo encaja, profesor. Insinuó que HERMES debiera ser sentido o leído como la intuición afortunada o el Azar-amigo, que ante las encrucijadas de la vida o ante el desconcierto de haberse perdido, este semidiós hermético nos sale a nuestra ayuda.
ResponderEliminarAmén.
EliminarHable en un libro, de este azar-amigo.....y también del azar-hostil.
ResponderEliminarUn ensayito