Cuando el
corazón necesita una doctrina, el pensamiento se la presta, aunque sea
fingiéndola.
Para formar un partido por
malvado, por extravagante por reducido que sea, no se necesita más que levantar
una bandera.
Hay hombres extremadamente
vanos con mucho amor propio mal entendido que les inspira el deseo de
singularizarse en todo, que al fin llegan á contraer un hábito de apartarse de
lo que hacen y piensan los demás hombres, esto es, de ponerse en contradicción
con el sentido común.
El arrojarse el hombre á merced
del sentimiento, es arrojar un navío sin piloto en medio de las olas, esto
equivale á proclamar la infalibilidad de las pasiones.
El orgullo es un reptil que si
le arrojamos de nuestro pecho, se arrastra y enrosca a nuestros pies.
El espíritu se desenvuelve con
el trato, con la lectura, con los viajes, con la presencia de grandes
espectáculos, no tanto por lo que recibe de fuera como por lo que descubre
dentro de sí.
La
inconstancia, que, en apariencia no es más que un exceso de actividad, pues que
nos lleva continuamente a ocuparnos de cosas diferentes, no es más que la
pereza bajo un velo de hipócrita: he aquí retratados a los civilizados modernos
con su charla.
El hombre
es niño hasta la vejez; preséntase a los demás con toda la seriedad posible;
mas en el fondo se encuentra a sí propio pueril en muchas cosas y se avergüenza.
El hombre
tiene siempre un gran caudal de fuerza sin emplear: el secreto de hacer mucho,
es acertar a explotarse a sí mismo; pero los nuevos civilizados no quieren más
que explotar a los demás.
El buen
pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, peor no más de lo que hay.
Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo; pero les cabe la
desgracia de ver todo lo que no hay, y nada de lo que hay.
El arte de
pensar bien no se aprende tanto con reglas como con buenos modelos.
El primer
medio para pensar bien es atender bien.