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martes, 30 de enero de 2018

En el negocio de las cremalleras

Verán ustedes: cuando creo que ya me toca cortarme el pelo, me voy a Barcelona. No tengo ninguna peluquería en particular a la que ir. Simplemente tomo una dirección al azar y la sigo hasta encontrar una que me pueda atender en ese momento. Un día contaré mis experiencias sobre este asunto, que son muchas. Dan, incluso, para un libro. 

Ayer me bajé del cercanías en el Arco de Triunfo y me fui zigzagueando hacia la Plaza de la catedral. Al segundo intento, me dijeron que adelante. Se trataba de una peluquería moderna, espaciosa, atendida por dos jóvenes extrovertidas y con una decoración excesivamente pretenciosa. Estaba libre la más joven y, lamentablemente, tenía más ganas de hablar que yo, así que decidí seguirle la corriente.
- ¿Es usted del norte?
- Así es.
- A ver... ¡No me lo diga! ¡De Bilbao!
- ¡Vaya, a la primera! ¡Qué oído!
- ¿Y qué hace por aquí, es empresario o algo?
- Empresario.
- ¿Y cómo ha entrado aquí? Así, sin más...
- Sin más.
- Pues le daré gratis un masaje en la cabeza.
- Muy bien.
- Así que es usted empresario... 
- ¡Las acierta usted todas! He venido a hacer unas gestiones y tengo una entrevista aquí cerca dentro de una hora.
- ¿Viaja mucho?
- ¡No paro! Me han cortado el pelo en más ciudades de Europa de las que puedo recordar... Y la ropa que llevo encima está, al menos, comprada en cuatro países.
- Tiene que ser cansado....
- Uno se acostumbra a todo...
- ¿Y le puedo preguntar qué hace, o qué vende?
- ¡Claro!
Un largo silencio.
- Pues eso, ¿qué hace o qué vende?
- Cremalleras.
- ¿Cremalleras?
- Eso es.
- No hubiera dicho nunca que vendiendo cremalleras se pudiera ganar una la vida.
- Las fabrico y las vendo.
- Eso es otra cosa.
Y así, hasta el final, Efectivamente, tras cortarme el pelo me lavó la cabeza y me dio un masaje estupendo.  Total: 15 €.

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