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sábado, 8 de octubre de 2011

Pagèsiques

He vuelto otra vez a masticar la literatura lentamente, de la mano de un poeta que no se conforma con buscar la manera de decir cosas bonitas, porque lo que él pretende es decir la verdad. Y para eso hay que ser ambicioso.  Muy ambicioso. Tan ambicioso como para arrodillarse y atreverse a ser piadoso ante una luz y una materia que sólo se muestra a los que tienen una descomunal ambición de humildad. Perejaume se eleva muy por encima de poéticas de la experiencia y poéticas de la inexperiencia y llega a tocar con las yemas de los dedos el cielo mientras se eleva de puntillas sobre la tierra que tienta al viajero al margen del camino. Esta tarde lo leía en las salas de urgencias de un hospital de Badalona. No se lo recomiendo a nadie, claro, pero era un lugar -me ha parecido- que ni pintado. A mi lado una mujer gritaba que se había muerto, sin hacerle caso a la enfermera que le aseguraba que no, que aún estaba viva; un negro decía que tenía que ir el lunes a trabajar, fuese como fuese, porque en caso contrario perdía el trabajo; un bebé se abrazaba a su padre; un anciano escupía sobre un recipiente de plástico; dos médicos reían; un marroquí intentaba hacerse entender; yo leía. Leía sin poder dejar el libro. Me lo tendrían que haber extirpado para dejar de leerlo. Perejaume, estoy en deuda contigo.  Así que le he dicho a Adolf Beltran que el próximo Sentits, que toca el lunes que viene, lo tenemos que tejer en torno a la trama de Pagèsiques y la urdimbre de ¿Para qué poetas? de Heidegger y El velo de Isis de Pierre Hadot.

"¿Para qué poetas en tiempos de penuria?", preguntaba Hölderlin, recogía Heidegger y muestra Perejaume (porque los poetas responden mostrando). Al fondo Isis, velándose.

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