jueves, 25 de diciembre de 2008

Del alma: De Pitágoras a Demócrito

En el recorrido que estamos haciendo por los primeros capítulos de la historia del alma y del cuidado de sí, es imprescindible hacer dos altos: Uno en el pitagorismo y otro en Demócrito.

A poco conocimiento que se tenga del mundo antiguo, no se puede evitar la sospecha de que alguna cosa importante relacionada con el alma llegó al mundo griego de la mano del pitagorismo y del orfismo. Parece tratarse, en primer lugar, de la democratización del acceso al Más Allá y, en segundo lugar, de la interiorización del tribunal competente para juzgar nuestra conducta. El orfismo, claramente, predica que hay una vida más allá de la muerte que está abierta a todos, siempre que se siga una determinada forma de vida. El pitagorismo, cuya extensión por Grecia coincide con la del orfismo, postula que uno ha de sentir más vergüenza ante sí mismo que ante los demás. Si podemos considerar los Versos Aureos como una obra de Pitágoras, lo que leemos en ellos no puede ser más revelador de esta nueva orientación: "No cometas acciones deshonestas, ni en presencia de los demás ni en la soledad: avergüénzate frente a ti mismo más que frente a los otros". Aquí se postula una preeminencia del juicio interno sobre el externo que nada tiene que ver con la conducta del noble homérico. No hay que descartar que la voz interior fuera identificada por los pitagóricos con alguna fuerza daimónica o divina.

En cualquier caso las fuentes disponibles parecen mostrarnos dos teorías pitagóricas (o, mejor, del pitagorismo) sobre el alma. Una la entiende como una armonía de números abstractos y la otra, que Platón pone en boca del pitagórico Simmias, como una armonía del cuerpo que, como en el caso de un instrumento musical, desaparece con él (Fedón 85e). Esto es también lo que sugiere Aristóteles en De Anima (407b). Ambas teorías coinciden en sostener que el alma se caracteriza por su constante movilidad y, por esta razón se asemeja a la luna, el sol, las estrellas y el firmamento entero, seres divinos que están en continuo movimiento.

Si el alma es la armonía del cuerpo, su parte dirigente es el cerebro. "En tô enkephalô eîna tò êgemonikón" (en el cerebro está la parte directriz), sostuvo Alcmeón, mostrándose en esto coincidente con las tesis sobre el cerebro que hallamos en alguna obra hipocrática (Sobre la enfermedad sagrada, por ejemplo) y con lo que sostiene Teofrasto en Sobre las sensaciones: "Todos los sentidos se relacionan de alguna manera con el cerebro".

La llamada a la relevancia fundamental de la interioridad es también central en la filosofía del materialista Demócrito. De hecho son muchas y muy profundas las analogías que hallamos entre Demócrito y Sócrates respecto al alma. "Quien comete malas acciones debe ante todo avergonzarse de sí mismo", leemos en uno de sus fragmentos, y también: "Aun cuando te encuentres solo, no debes decir ni hacer mal; aprende a avergonzarte de ti mismo". De esta manera el conocimiento de sí es equivalente en cierta forma al conocimiento de la cantidad de vergüenza propia que uno es capaz de soportar.

Gregory Vlastos, que ha estudiado con cierto detalle el problema de las relaciones cuerpo-mente en Demócrito, traduce así uno de sus fragmentos: "Más le conviene al hombre el saber sobre el alma que sobre el cuerpo, pues la perfección del alma corrige las faltas del cuerpo, mientras que la fuerza corporal no mejora al alma". De aquí deduce Vlastos que para Demócrito el agente responsable de nuestra conducta es nuestra alma.

7 comentarios:

  1. ¿Y el alma no es también cuerpo (materia extensa)?

    ResponderEliminar
  2. Don Napoleón: Para Demócrito, muy probablemente, estaba formada también por átomos. Y para algunos pitagóricos, según Aristóteles, venía ser una armonía de partículas. Pero no es mi intención tanto decir qué es el alma como esbozar como los antiguos concebían su cuidado.

    ResponderEliminar
  3. Es que ya no capto la esencia de las cosas, señor Luri.

    ResponderEliminar
  4. Don Napoleón: Es precisamente de la cuestión de la esencia del alma de la que intento escabullirme como puedo, pero no por capricho, sino porque me parece necesario para poder mostrar el proceso de su profundización. Digamos, como hipótesis de partida, que el alma recién descubierta allá por los siglos VII-VI, era casi superficial y que a medida que se fueron desarrollando, por decirlo a lo Foucault, tecnologías sobre su cuidado, se fue mostrando también más y más profunda. De ahí que la hipótesis que acompaña inevitablemente a la anterior es que el alma sólo se intuye en el proceso de su cuidado como un pozo del que sospechamos su profundidad por el ruido provocado por las piedras que lanzamos a su interior.

    ResponderEliminar
  5. Ah, asocio entonces el alma a la idea de tierra en El origen de la obra de arte, de Heidegger.

    Y aunque hubiese expuesto el mecanismo de una chincheta yo hubiese seguido sin captar la esencia.

    ResponderEliminar
  6. Pero don Napoleón, permítame que suponga que es usted perfectamente capaz de diferenciar entre lo esencial y lo accidental, es decir, entre el trigo y las pajas; las nueces y el ruido; lo principal y lo secundario... tiendo incluso a pensar que a usted no le cuelan fácilmente gato por liebre. Respecto a la esencia como idea, que es a lo que parece usted referirse en su gesto de distanciamiento, yo no veo que nadie en la completa historia de la filosofía haya dado jamás una explicación convincente de lo que sea. Lo cual no evita para que en nuestra vida corriente actuemos continuamente separando lo fundamental de lo accesorio. Pues lo mismo respecto al alma.

    ResponderEliminar
  7. Sigo con entusiasmo sus entradas. De Pitágoras recuerdo mi deslumbramiento ante la comprensión de su Teorema. Ahí empezó mi amor por la matemáticas y el ser considerada una niña rara a la que le gustaban las mates y la literatura. Mi alma sabía muy bien lo que hacía. Los folósofos que usted menciona, Alcmeón y Teofrasto, parece que enunciaron ya lo que los científicos hoy confirman.
    Afectuosos saludos.

    ResponderEliminar

Comer desde el reclinatorio

 I En el tren de vuelta a casa. Hace frío ahí afuera. Las nubes muy bajas, besando la tierra blanqueada por la nieve. Resisto la tentación d...