Un duende bueno era para un griego un "eudaimon" y un duende malo, un "kakodaimon". Llamaban felicidad (eudaimonía) a estar habitado por un duende bueno, que es como he estado yo durante estas últimas semanas. El cuerpo no me exigía -caídas puntuales aparte- ningún protagonismo, las horas pasaban plácidamente, leía, escribía, paseaba, comía con los amigos, hacía planes para el regreso de mi Agente Provocador... Pero ayer por la tarde a mi intermitente kakodaimon le dio por venir a visitarme y se trajo con él los mareos, las náuseas y los vómitos habituales. En estas circunstacias el invasor de mi cuerpo ocupa toda mi atención y me esfuerzo para encontrar consuelo en la esperanza de que esto no durará más allá de dos o tres días....
Viernes Santo. Recuerdo aquella Semana Santa de mi infancia, que parece, vista desde aquí, como de otra época histórica. En mi casa se hablaba con la mayor naturalidad, aunque teñida con un punto de tragedia, de que "Dios ha muerto" y comíamos torrijas. Y nadie había leído a Nietzsche. La muerte de Dios, en realidad, forma parte de la esencia de Occidente. Siempre he pensado que el Viernes Santo -al que alguna vez le he dado el nombre de San Nihilismo- hay que vivirlo como lo vivieron los discípulos más cobardes, sin sospechar lo que pasaría el domingo. Vivir la muerte de Dios sabiendo que el domingo resucitará sin falta no es vivir la muerte de Dios, pero ¿acaso la podemos vivir de otra manera? En consecuencia, nuestro nihilismo es un nihilismo un poco gesticulante, pero manso.
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