Lectura intensa. Sol contundente. Sobre la mesa, en la plaza de Ocata, la taza del café con leche se ha juntado con la copa de cerveza. Leer es ir ampliando las dimensiones de la propia ignorancia. Afirmar, entonces, como a veces he afirmado con vehemencia, la necesidad de disponer de una imagen fiable de la propia ignorancia es una quimera. La ignorancia es la materia oscura. Está rodeándote, pero también anda acechando en el corazón mismo de cuanto crees saber. Sólo tienes de ella noticias epidérmicas, algo así como una sombra. La salud está en el hombre sencillo que sabe lo que sabe y lo que ignora porque no se ha problematizado ninguna de ambas cosas. La sabiduría consistiría, entonces, en encontrar el camino de regreso a ese hombre. Es, claramente, un proyecto imposible. Cada libro que abrimos nos aleja un poco más de él pero, al mismo tiempo, nos hace comprender la importancia de los prejuicios terapéuticos de la gente corriente.
Se detiene a junto a mi mesa un vecino grande con alma de niño. Me dice que me ve leer y que quiere darme un aplauso, porque no hay nadie que lea más que yo. Le digo que en vez de un aplauso me gustaría un cesto de cerezas, que sé que tiene un cerezo magnífico en las afueras de Ocata. Me contesta, airado, que ni hablar, que "las cerezas valen dinero".
Muy buenos días, querido maestro informal. Contento de intuir la mejoría en la salud del cuerpo a partir de lo escrito en el blog.
ResponderEliminarEn Galicia, le habrían dicho (sonriendo y con dulzura):
"Home, amiguiños sí, pero a vaquiña polo que vale"
Un fuerte abrazo
Ignacio
Querido Ignacio, tengo una salud guadianesca, pero cuando emerjo, intento exprimir al máximo cada hora. Perfecto el refrán gallego, cargado de sentido común. Un fuerte abrazo impregnado de morriña.
ResponderEliminar