Deberían ser estos unos días de paz, lecturas, paseos largos y sosiego, pero con el kakodaimon dentro todo se altera y el horizonte se encoge hasta casi el límite del cuerpo. De esta reclusión me han sacado esta mañana las voces de unas niñas correteando en la plaza de Ocata. Viéndolas tan felices pensaba que tarde o temprano se pondrán de moda los cuentos para niñas en los que habrá princesas que no quieran ser heroinas, que es la tarea mayúscula que les imponen ahora las películas infantiles, sino princesas bien vestidas, de surtidísimo ropero, que eligen al mejor de sus pretendientes para marido y disfrutan intensamente de las delicias de la vida cortesana.
Hace calor. Es el primer día en que el sol empequeñece y la ropa sobra. El sudor asoma por las junturas del cuerpo con el simple caminar. La dejadez licenciosa de las glicinias se ha convertido en flaccidez. Las buganvillas acuden al relevo. Y las rosas, esas flores tan egoístas que prefieren pudrirse en el rosal antes que brindarle al aire gratuitamente sus pétalos, como hace el generoso almendro.
Al ponerme a escribir estas cuatro líneas pienso que llevar un diario es una forma de vivir el día que exige ir transformando cada asalto de la experiencia en literatura, pero al convertirse uno en espectador de sí mismo se vuelve también, y de manera inevitable, selectivo, o sea, hipócrita. La espontaneidad de la vida, ese vivir en el que la vida consume toda tu atención, se queda para lo que no se cuenta. Hasta del kakodaimon intenta uno hacer literatura.
Qué hermosa estampa has descrito. Un beso
ResponderEliminarHermosa observación: egoísmo de las rosas.
ResponderEliminarHay cosas muy aprovechables en que las niñas quieran ser princesas: "Eres una princesa si te comportas como una princesa" (La princesita, FRANCES HODGSON BURNETT, 1905)