sábado, 17 de abril de 2021

Circunnavegadores del alma

 

 

Día largo y provechoso. Hasta me ha dado tiempo para subir la cuesta de Moyano, echar una ojeada a los puestos de libros de viejo y hacerle una visita a don Pío, que está, donde debe, en lo alto.

No voy a repasar todos mis trajines. Me limitaré a señalar que he comenzado la mañana, a las 8:30 con una entrevista de la periodista Olga R. San Martín, que he tenido que interrumpir para viajar al Juan Pablo II de Parla, y que he recuperado a las 19:00. Quería Olga, entre otras cosas, que le contase una experiencia escolar de éxito. Le he hablado, para no señalar a nadie de por aquí, de la New Dorp, de Staten Islan (un centro cuya trayectoria sigo desde hace tiempo), de la Writing Revolution y de Judith Hochman. Otro día comentaré despacio por qué la New Dorp representa perfectamente lo que para mí es una escuela que domina su oficio.

He comenzado a leer Descargo de conciencia, de Pedro Laín Entralgo y he enviado a la CNTC este texto corto para la contraportada de mi ensayo sobre el Siglo de Oro:

Este libro es una invitación cordial a mantener vivo un patrimonio del que somos inevitablemente descendientes, pero quizás, también, unos herederos descuidados, ya que no parecemos muy predispuestos a pleitear contra el olvido en defensa de nuestros derechos de sucesión. Se trata del increíble patrimonio de nuestro Siglo de Oro. 

La perspectiva elegida para mostrar esta herencia es la del recogimiento, entendido como una apasionada exploración colectiva del yo. España era un hervidero de adelantados en la conquista del alma. De ahí el clamor de yoes que nos llegan desde el pícaro, el místico, el filósofo o el conquistador y que culmina en las páginas del Quijote con la más orgullosa autoproclamación del yo de toda la literatura del Siglo de Oro: «Yo sé quién soy».

Sostenía Valera que la edad de la razón no empieza ni con Bacon ni con El discurso del método, sino el día en que Juan Sebastián Elcano llegó a Sanlúcar de Barrameda, el 6 de septiembre de 1522. No le falta razón precisamente porque Elcano es el símbolo de tantos circunnavegadores del alma como había en España.

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