miércoles, 14 de abril de 2021

Sobre la soberanía

Estaba sepultado por una tonelada de trabajo, aislado del mundo y abducido por la pantalla del ordenador, cuando han vuelto a visitarme de improviso los mareos y vómitos. El hombre propone y la naturaleza, que es la propietaria en exclusiva de toda soberanía, dispone. En cuestiones de soberanía, lo que no es la naturaleza es una vicaría. Cuando me encuentro atravesando estos episodios me siento tan frágil, tan poco dueño de mí mismo, tan en manos de la debilidad, que el horizonte vital se me restringe hasta las siguientes náuseas. En estas circunstancias un sentimiento de agradecimiento se apodera de mí, por la suerte que tengo de no estar solo, de tener a mi mujer al lado. Pero, al mismo tiempo, me pregunto si el amor del débil es fiable. Posiblemente el amor de verdad, el que vale, es el que no está enmascarado en la necesidad, el amor de la salud, el amor que expresas cuando te sientes fuerte y dueño de ti mismo y amas no porque necesites la ayuda de quien amas, sino porque la salud es eso: amarla.

He salido un poco esta mañana a la Plaza de Ocata, pero sin ganas de leer, ni de hablar, ni de desayunar. Por eso cuando el llorón (algún día, quizás, contaré su historia) me ha venido a saludar, lo he recibido sin simpatía. No ha servido, por cierto, de nada. Además, un anciano que andaba merodeando por la plaza sin mascarilla se nos ha acercado para contarnos que nació en el 29.

Me llegan a la vez las galaredas de La mermelada sentimental, que publicará Encuentro a principios de junio, y de El recogimiento, subtitulado La aventura del yo, que, si todo sale como está previsto, se presenta el mes que viene en Madrid. Del primero no me acaba de convencer la portada. Del segundo, me decepciona la maquetación. Hay que revisarlo de arriba abajo. Es lo que haremos. Tiene que salir un buen libro y estamos empeñados en que así sea.

He tenido fuerzas para escribir el artículo para El Subjetivo. Se titula Intermedio taurino. Lo acabo de enviar. Espero que no se note demasiado mi debilidad.

Se pone en contacto conmigo un ya viejo amigo del que siempre me he sentido muy cerca, J.S.M., inmenso poeta sevillano. Nos intercambiamos los cromos de nuestras penas y nos prometemos mantener abierto entre nosotros el teléfono rojo.

Esta tarde me ha llegado un ejemplar de la segunda edición de mi ¿Matar a Sócrates? Salió en octubre pasado y hasta hoy no la he tenido en mis manos. Efectos secundarios de la pandemia. Le añadí un epílogo que he vuelto a leer y me ha gustado. Son tres páginas, pero tres páginas sinceras que creo que le dan un tono diferente al conjunto del libro.

Me han pasado más cosas estos dos días, pero tengo que parar aquí. Me he comprometido a escribirle un prólogo a un buen amigo soriano, Borja. Un amigo sólo es amigo de verdad si lo consideras con derecho a llamar a tu puerta de madrugada para pedirte cualquier cosa.

4 comentarios:

  1. Yo también tuve vértigos en mi época de estudiante (acompañados no de náuseas, pero sí de frío en pies y manos). Tras muchas consultas con especialistas y mucho examen clínico infructuoso, fui a ver a un viejo médico de cabecera al que mi padre le habló de ello. Durante una hora me hizo toda clase de preguntas, copiando mis respuestas a mano en un folio blanco. Y al final me diagnosticó un fuerte estrés producido por la sensación de no tener tiempo de hacer las muchas cosas "urgentes" que tenía que hacer. Me recomendó la práctica del yoga y sobre todos de sus relajaciones. Le hice caso y los vértigos desaparecieron.

    Luego he tenído en otras épocas de estrés en el trabajo "avisos" (mini vértigos de 1 o 2 segundos) que me han hecho volver a las relajaciones y a la calma con las tareas pendientes, con lo cual he podido evitar nuevas crisis. En mi caso está muy claro que es el estrés, la presión en le trabajo, lo que producían esos vértigos. Es como si la mente, no pudiendo acelerar más por falta de tiempo, patinara, como los coches sobre una carretera helada. Esa es la imagen que yo me hago de la cosa, y el simple hecho de darme cuenta de que se trata de ello, hace desaparecer los avisos en cuestión.

    Verifique que sus vértigos no se producen siempre en períodos de mucho trabajo, y de un trabajo que debe ser terminado con fechas fijas, como en mi caso.

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    1. Le agradezco mucho su interés, pero me temo que mis vértigos tienen más que ver con los cambios de presión atmosférica que con mi ritmo de trabajo.

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  2. Con el deseo de una pronta mejoría, un abrazo.

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