Un cliente estaba sentado a la mesa con un niño pequeño, de unos 5 años. Protestaba con grandes gesticulaciones porque nadie lo atendía. Finalmente se levantó y cogió al niño de la mano. "Tengo hambre", protestó el niño. "¡Pero por encima del hambre está el honor", dijo el adulto. "Con el honor del hombre este, el crío va a crecer raquítico", pensé yo. Entonces apareció el camarero con una bandeja vacía y una servilleta blanca en el antebrazo, justificando su tardanza porque, según repetía, "La vida es un cuerpo extraño". Y nada me pareció más obvio.
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