Paseaba Cánovas del brazo de la embajadora alemana en un baile que se celebraba en la Embajada. Varias señoras se acercaban a él e insistían en las pretensiones que le tenían formuladas.
- Mucho le deben molestar las señoras con tanta petición -le dijo la embajadora.
Cánovas contestó:
- Señora, a mí no me molestan las mujeres por lo que me piden, sino por lo que me niegan.
A su mujer, de la que según todos los testimonios, estaba profundamente enamorado, Cánovas le decía:
- Te adoro, Joaquina, y te seré siempre fiel. Con una condición y con un límite. Yo no haré el amor a nadie, pero si se acerca a mí una mujer, no la rechazo. Fíjate que sólo un hombre, el casto José, despreció a una mujer y lleva veinte siglos haciendo el ridículo".
M. Fernández Núñez, Anecdotario político, 1931.
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