Ayer por la tarde volvía en tren de Barcelona a Ocata cargado de paquetes, por imperativo de la Noche de reyes. En frente estaban sentados dos jóvenes que lucían con orgulloso desdén una languidez flácida y unos peinados aparentemente desaliñados cuyo lucimiento, a buen seguro, les costaba una fortuna en tiempo y dinero. Ninguno de los dos levantó ni un instante su mirada de sus móviles. Todo lo que había de interés en su mundo se hallaba en las pantallas. A un lado el mar, brillante y espléndido, no merecía ni un instante de su atención. A la izquierda tres jóvenes negros, que no creo que llegasen a los veinte años, hablaban entre sí en una lengua que me resultaba incomprensible, haciéndose bromas y riendo. De vez en cuando se les escapaba alguna palabra en español. Pude anotar las siguientes; tranquilo, cabrón, tío y mira. Quizás, las primeras palabras de la primera lección de un curso de español de calle.
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