Firmo esta necrológica sobre Sir Roger Scruton que aparece hoy en El Mundo:
Sir Roger Scruton, un hombre, blanco, heterosexual, cristiano y un
intelectual extraordinariamente culto y defensor de la “common decency”, falleció
el domingo 12 de enero. Nacido el 27 de febrero de 1944, ha sido uno de los
principales protagonistas del movimiento de renovación del conservadurismo que
recorre, como un nuevo fantasma, Europa. Ha escrito ensayos de filosofía
política, moral, estética, arquitectura, música, religión…, a los que hay que sumar
varias novelas y dos óperas. Y todo lo ha hecho con una claridad epigramática,
ágil, elegante y valiente. Para algunos, ha sido el mejor escritor inglés desde
Orwell.
Se hizo conservador en las calles del barrio latino de París, durante
mayo del 68. Desde entonces fue muy crítico con los jóvenes autoindulgentes de
clase media que creen haber venido a este mundo a cobrar facturas pendientes
mientras desprecian el sentido burgués de la vida.
Yo no sé si era el filósofo más importante del Reino Unido. Sí sé que
era, y lo continuará siendo para sus muchos lectores, un estímulo para mirar
hacia lo alto.
A Scruton se le pueden aplicar, sin menoscabo alguno de la verdad,
aquellas palabras que Posidio dedicó a San Agustín: “fue un hombre de los que
se han ganado su fin”. Esto es lo primero que tenemos que recordar de él. En el
caso del hombre, el fin ilumina el trayecto vital y nos desvela su auténtico
sentido. El fin nos muestra la distancia que separa lo que llegamos a ser de lo
que podríamos haber sido. Bien podríamos dar el nombre de alma a eso que desde
lo mejor que podemos llegar a ser nos llama a luchar contra la inercia de lo
trivial.
Con
justa razón se han difundido tanto por las redes sociales estas palabras que
escribió en The Spectator en las navidades pasadas, cuando ya sabía que
tenía las horas contadas: “Durante este año, mucho ha sido lo que me han
quitado: mi reputación, mi posición como intelectual público, mi lugar en el
movimiento conservador, mi tranquilidad, mi salud. Pero ha sido mucho más lo
que me han dado […]. Al acercarte a la muerte comienzas a saber lo que
significa la vida, y lo que significa es gratitud”.
Si hay
una virtud que hoy expresa la quintaesencia del conservadurismo es la gratitud.
En un mundo de indignados y resentidos, la gratitud aclara la mirada al mundo,
ilumina los abundantes motivos que tenemos para amarlo; nos permite celebrar
todo cuanto ha hecho posible lo que somos y afirma la esperanza y la solidaridad.
Era un
hombre agradecido a la naturaleza, a la caza, al buen urbanismo y a la buena
arquitectura, al buen vino, a Hegel, a Wagner, a su familia, a los suyos, a su
país y, sobre todo, a la vida, incluyendo su componente doloroso, porque sin el
compañero dolor (el compañero, no el tirano), no hay sabiduría.
En
mayo del año pasado, nada más de llegar de Brasil, a donde había ido a dar una
conferencia sobre el sentido de la vida, le descubrieron el cáncer con el que
se ha ganado su fin.
Fue
objeto de una persecución despiadada por parte aquellos que, tras una máscara de
tolerancia y relativismo moral, esconden una rabiosa intolerancia y un poderoso
conformismo con una gran capacidad para modelar conciencias. Fue intimidado por
los que en una entrevista a Le Figaro calificó de “predicadores sin
Dios”, porque se resistió a adoptar un mundo al que, por lo visto, hay que adaptarse
sin críticas. A la mínima, serás condenado al ostracismo mediante la
caricaturización groseramente ridícula de tus posiciones.
Nos ha mostrado con su vida que hoy, como ya anunció Maura, la libertad se
ha hecho conservadora, mientras que la ortodoxia encuentra un agradable cobijo
en la izquierda. Si Wittgenstein y Nietzsche advirtieron que no se puede pensar
libremente si se piensa con miedo a hacerse daño, hoy podemos decir que si
piensas libremente, te harán daño. Pero, digámoslo claro: si la guardia roja de
la corrección política no te ha tratado aún de fascista, tienes que empezar a
dudar de tu libertad de pensamiento.
¿Qué es ser conservador? Es ser respetuoso y, sobre todo, agradecido con
el proceso dinámico de la tradición para poder proporcionarle así la
posibilidad de un futuro. Aquello que ha pasado la prueba del tiempo, bien
merece disponer de oportunidades de desarrollo. No se puede ser conservador si
no se tiene nada a lo que garantizarle un futuro. Por eso el conservador sólo
puede ser ecologista. En este sentido el conservador no pretende tanto
conservar como reencantar. La conservación sólo merece
la pena si lo que se conserva es bueno y bello. Si hay una idea que “el
provocador” Scruton ha repetido incesantemente es que, sin amor a la belleza
circundante, es absurdo ser conservador. De ahí La urgencia de ser
conservador.
Si tomó partido a favor del Brexit, fue porque estaba convencido de la
necesidad de restaurar una soberanía nacional y una ética comunitaria que la UE
es incapaz, no ya de crear, sino ni tan siquiera de plantearse como
posibilidad. No hay ética comunitaria sin conciencia del nosotros y sin una
vivencia clara de la copertenencia que es, en sí misma, una virtud política. Animaba
a resistirse a la imposición foránea de leyes que pretenden modificar nuestro estilo
de vida. La nación, la soberanía del pueblo y el amor tradicional a la belleza
de lo nuestro (todo eso que sustenta el sentido común) son las únicas fuentes
de confianza en caso de urgencia.
Veía en el Brexit la posibilidad de refundar los lazos horizontales de
copertenencia y el apego a la Corona entre las naciones que forman el Reino
Unido.
El conservadurismo de Scruton, quizás por la preponderancia del amor a la
belleza, es propositivo, ajeno a esa obsesión por el declive que se ha
apoderado de no pocos conservadores continentales, en particular franceses. Un
conservador lacrimoso no es más conservador, lo que tiene es problemas de
visión.
Roger Scruton fue también compositor aficionado. Además de un par de
óperas, escribió las canciones que ha agrupado con el título genérico de Three
Lorca Songs. En ellas pone música a la Casida de la rosa, la Canción
del jinete y a la Despedida. En su última celebración -tardía- de cumpleaños, el 27 del
pasado mayo, la soprano Emily Van Evera le cantó las tres. La más emotiva, como
es fácil de entender, fue Despedida, cuya melodía acompañó a Scruton
durante los últimos meses de su vida. Despidámonos, pues, de él con los versos
de la Despedida de Lorca:
Si muero,
dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento).
¡Si muero,
dejad el balcón abierto!
"Nacido el 27 de febrero... En su último cumpleaños, el 27 del pasado mayo".
ResponderEliminarSegún la Wikipedia, el error reside en el "mayo".
No, el error es mío, por no haber especificado que Sophie, su mujer, le organizó en mayo a Scruton una celebración tardía de su cumpleaños, convocando a sus amigos a lo que era también una despedida.
EliminarMe imagino que ya se lo habrán comentado. Tras cierta perplejidad lo encontré divertido, no sé usted.
ResponderEliminarSoto Ivars hoy, en "El Confidencial"
"Pero no hay que irse a las alertas del articulismo antifascista para constatar el fenómeno. Pensadores conservadores como José Antonio Zarzalejos o Gregorio Luri llevan tiempo reflexionando sobre el progresivo asalvajamiento de la derecha española..."
Lo acabo de ver. Me ha pasado exactamente lo mismo.
EliminarEs para enorgullecerse de ese tema de reflexión: la derechona y el retorno de la bestia.
EliminarSi una parte del tiempo que dedicamos a gritar y a hacer aspavientos lo dedicásemos simplemente a mirar a nuestro alrededor...
EliminarGregorio, gracias por escribir con tanta claridad y belleza.
ResponderEliminarUn abrazo, Catherine.
EliminarHermoso homenaje.
ResponderEliminarUn intelectual del sentido común.