Voy a comprar tirando de mi carrito, cada vez más destartalado. Es temprano.
En la Plaza Nueva me encuentro con una pareja de adolescentes enamorados. Tienen las piernas entrecruzadas como pulpos rijosos. Pero cada uno está pendiente, exclusivamente, de la pantalla de su móvil.
En el mercado me entero de la muerte de un vendedor. A mi lado, un cliente comenta que últimamente no para de morirse gente que no se había muerto nunca.
Al volver paso delante de los adolescentes, que están en el mismo sitio y en la misma posición. Es imposible que no se les duerman las piernas, pero quizás ni las sientan.
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