"Llegaba a él el sordo mugido de las olas que en Francia comenzaban a levantarse: había leído algo de Voltaire, a quien llama escritor delicado (...), conocía la paradoja de Rousseau sobre el influjo de las ciencias y de las letras en la corrupción de los pueblos, y ella y el tema de la Academia de Dijon le dieron pretexto para escribir una larga carta sobre las ventajas del saber, 'impugnando a un temerario que pretendía probar ser más favorable a la virtud la ignorancia que la ciencia'. No hallaba en Rousseau más que 'un estilo declamatorio y visiblemente afectado, una continua sofistería basada, sobre todo en el paralogismo 'non causa pro causa', y una inversión y uso siniestro de las noticias históricas'. Realmente el tema de la Academia de Dijon era una impertinencia de aquellas a que sólo puede contestarse con una paradoja o con un lugar común. 'Tomad la contraria, y os dará gran fama', dijo Diderot a Rousseau, y Rousseau optó por la contraria.
(...)
"Se equivocaba en creer que Rousseau buscaba únicamente notoriedad de ingenioso con su sofística paradoja, sin reparar, por falta de noticias del autor, que aquella perorata de escolar era el primer grito de guerra lanzado contra la sociedad y la filosofía del tiempo por un ingenio solitario, misantrópico, vanidoso y enfermizo, en cuya cabeza maduraban ya los gérmenes del Discurso sobre la desigualdad de las condiciones, del Contrato social y del Emilio."
Heterodoxos, Libro VI, capítulo I.
Feijoo, un monje, defiende las ventajas del saber frente a Rousseau, el jacobino filósofo de la ilustración
ResponderEliminarExactamente. Eso es lo que más me ha llamado la atención.
EliminarNo es casualidad que Gustavo Bueno, el filósofo materialista, estimase tanto a Feijoo. Quien, por cierto, acumuló fama revelando la falsedad de muchos famosos milagros, una forma suprema de luchar contra la ignorancia.
ResponderEliminarQué famoso habría llegado a ser Feijoo si hubiese ido un poco más allá, enfurecido a las autoridades eclesiásticas y recibido castigo por ello.
Marcelino M.P. ensaya con Feijoo un ejercicio de equilibrista muy fino. Demuestra, primero, que no era el único sabio de su tiempo y, después, lo critica por su excesivo gusto por lo milagroso, extraño y estrambótico. Según M.P. lo que encontramos en su obra es más la atracción de Feijoo por todas estas cosas que una realidad española. Más aún, señala que muchas de las extravagancias que critica las conoció el público español gracias a su obra, mientras el público europeo lector de Feijoo consideró que eran ancestralmente españolas.
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