Conocí a una anciana, republicana y atea, como su marido, que un día se presentó en casa con un Sagrado Corazón de Jesús y lo colocó sobre un mantelito de ganchillo encima del televisor. El marido no protestó, que le daba pereza, aunque de vez en cuando elevaba la mirada de la pantalla y exclamaba con mucho sentimiento: "¡Santo de cintura pa’arriba, cualquiera!” La mujer veía en estas palabras un buen augurio, ya que el anciano estaba justo en ese estado en que cualquier puede ser santo.
Recordé esta historia hace unos días mientras desayunaba en la Plaza de Ocata, cuando, entre risas, un vecino de mi mesa comentaba que con la jubilación se cae más fácilmente en la tentación de ser moralista que en la de seguir las obras municipales. Un cínico diría -ya lo dijo- que los viejos dan buenos consejos para consolarse del hecho de que no pueden dar malos ejemplos.
Sea como fuere, vamos siendo, nos guste o no, los ancianos de la tribu. Y el cargo demanda cierta venia a la hora de dar la lata. Hoy lo he comprobado cuando un anciano ha cogido un papel del suelo que acababa de tirar un niño delante de su madre y se lo ha entregado ésta, diciéndole: "Se lo doy a usted para que pueda darle a su hijo un ejemplo de a dónde hay que tirar un papel".
Pues en mi colegio, después de la hora del patio, éste anciano tendría faena extra y algún profesor le afearia el gesto...
ResponderEliminarEs mas, alguien te acusaria de tratar mal al alumno, o a sus padres... Y les aseguro que no exagero. Experiencia propia. Tenemos unos directores y una Inspeccion...
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