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lunes, 4 de abril de 2016

Reportaje sobre El cielo prometido:

Ángeles López en La razón de hoy:

Notas, compases, acordes y silencios. Como la música, una vida está compuesta de los mismos ingredientes; pero el paso por la tierra de Caridad Mercader fue un verdadero estruendo de timbales. Lo suyo no fue militancia, sino auténtica fe... Porque cuando en aquellos años de hierro del estalinismo uno se afiliaba, más allá de recibir un carnet, aquello significaba una auténtica conversión análoga a la religiosa.

Española de nacimiento (vino al mundo en Cuba, que aún era colonia de España), catalana de formación, francesa por gusto, soviética de nacionalidad, Eustaquia María Caridad del Río Hernández (Caridad Mercader tras su matrimonio) prestó un servicio de sangre a un país que ya no existe, y por el que recibiría la Orden de Lenin y, hasta su muerte, la gratitud de un Estado por el cual había inducido a su hijo a convertirse en uno de los criminales menos conocidos y más trascendentes de la historia, al dar muerte a León Trotski.

Son muchos los libros que han abordado –directa o tangencialmente: Garmabella, Puigventos i López, Padura, Semprún, Cedillo...– la biografía tanto de la madre como del hijo, pero estas páginas de Gregorio Luri se postulan como definitivas sobre la familia Mercader, con informaciones inéditas que sitúan a Caridad en el centro de una trama propia de las mejores novelas de espionaje. En ellas, conocemos el verdadero rostro de un personaje complejo –tan mitificado como difamado– gracias al ingente trabajo de documentación llevado a cabo por el autor a lo largo de dos décadas.

Nacida en Santiago de Cuba en 1892, su familia retornó a España antes de la independencia del país para instalarse en Barcelona. A la pequeña Caridad la matricularon en el colegio del Sagrado Corazón de Sarrià y pasó largas temporadas en los centros que la congregación tenía en París y Londres, por lo que era perfectamente trilingüe.

El 7 de enero de 1911 se casó con Pablo Mercader Marina, miembro de una importante familia industrial catalana con el que tuvo cinco hijos: Pablo, Ramón, Jordi, Montserrat y Luis. Salvo el mayor, todos colaborarían con la NKVD, la red de espionaje que creó la URSS tomando como base la organización de la Tercera Internacional. El matrimonio no fue en absoluto feliz. Tras los primeros años de convivencia, el devoto pater familias tenía aficiones sexuales poco ortodoxas. Según cuenta su propio hijo en el documental «Asaltar los cielos» –dirigido por Javier Rioyo y José Luis López Linares–, Pablo llevaba a la joven Caridad a los burdeles para que, a través de mirillas, pudiera tomar nota del espectáculo sexual de las prostitutas con sus clientes. Ella nunca perdonó la hipocresía de su marido, ni la de la clase social a la que pertenecía. Hacia 1920, su paciencia se agotó. Comenzó a recibir clases de pintura del artista Vicent Borràs y en su estudio trató con intelectuales que le mostraron otras formas de vida. Fue así como empezó a frecuentar tabernas populares y a experimentar con la morfina (hasta el fin de sus días sería adicta a los estupefacientes). Cuando el patriarca de los Mercader muere, el «hereu» lleva la empresa a la ruina dejando a sus hermanos sin fortuna.

El matrimonio tuvo que abandonar el burgués barrio de San Gervasio por las populares Ramblas. Pablo se empleó de contable y Caridad se ocupó de dar clases. Es por aquel entonces cuando forjó amistades anarquistas y comenzó su metamorfosis, involucrándose en pequeños líos políticos. Cuando estaba tomando impulso para convertirse en la activista que deseaba ser, conoció a Louis Delrio, envuelto en la épica de los pioneros de aviación. Y se enamoraron. No en vano, casi todos los estudios apuntan a que era el padre del hijo pequeño de Mercader.

Para evitar un escándalo imposible de ocultar, una noche de 1923, la familia la ingresó en el psiquiátrico Nuevo Belén de Sant Gervasi, donde fue sometida a interminables sesiones de duchas de agua fría y electrochoques. «Tenía miedo –confesó después– de estar loca de verdad». Por ello, cuando salió, decidió romper con el pasado y vengarse de los Mercader: cogió a sus cinco hijos y se fue con Delrio en Dax, en el departamento francés de Landas. Todo marchó bien hasta que un día de 1928 sus hijos la encontraron a las puertas de la muerte debido a un intento de suicidio. Delrio había roto la relación. Desbordados por la situación llamaron el padre, que se llevó a los dos pequeños a Barcelona.

Caridad se trasladó a París, comenzó a militar en el Partido Socialista Francés y entró en contacto con la inteligencia soviética. Probablemente conoció entonces Leonid Eitingon –alias Kótov– su mentor en el mundo de las operaciones especiales. A principios de la década de los 30, Caridad hacía de correo de la Internacional Comunista hasta que, en 1935, fue detenida por la policía francesa. Tras propinarle una brutal paliza que le hizo perder la vista de un ojo durante quince días, fue expulsada del país. Nada más llegar a Barcelona empezó a militar en las filas del Partido Comunista de Cataluña. Participó activamente en la fundación del PSUC, y el golpe militar de Franco la encontró en la secretaría de los Servicios de Prensa de la Olimpiada Popular. Participó en la creación de las primeras columnas que salieron hacia el frente de Aragón, dirigidas por Pérez Farràs y Durruti. Según el testimonio del pintor Josep Bartolí todos conocían su columna como «la de Caridad Mercader». En ella estaban sus dos hijos mayores, la novia de Ramón, Lena Imbert, y África de las Heras. Cuando a finales del verano fue herida en un bombardeo, la propaganda de PSUC la convirtió en modelo de las mujeres combatientes catalanas. «La Pasionaria de Cataluña», la llamaban. Paradójico que ambas mujeres se llevaran fatal: «Según Ricard Vinyes –cuenta Gregorio Luri–, Caridad y Dolores Ibárruri estaban enfrentadísimas. Decían que Dolores había tenido que parar los pies varias veces a los servicios de espionaje soviéticos, que hacían servir militantes nuestros para su uso particular, sin consultar nada con el partido».

En septiembre se embarcó hacia México, siguiendo instrucciones de la Generalidad. Mientras estaba en el extranjero murió su hijo Pablo cuando un tanque enemigo le pasó por encima. A su vuelta, fue nombrada secretaria de la Unión de Mujeres Comunistas, pero se fue separando progresivamente de estos trabajos a medida que se comprometía, cada vez más, con los asesores soviéticos.

Su vida volvió a tomar un nuevo rumbo cuando Stalin decidió acabar con la vida de Trotski, que había sido uno de los colaboradores más fieles de Lenin y vivía exiliado en México. Eitingon asumió los aspectos operativos y quiso contar con Caridad y Ramón Mercader. El 20 de agosto de 1940, Ramón entró en la casa de Trotski en Coyoacán y lo mató clavándole un piolet en la cabeza. Caridad y Eitingon, que le esperaban fuera en un coche, vieron que las cosas no habían salido como las habían programado cuando sintieron un gran revuelo alrededor de la casa. Por eso, abandonaron a Ramon y se fueron a toda prisa de México.

Después de un largo viaje, llegaron a Moscú en marzo de 1941. Lavrenti Beria, el jefe del NKVD –y probablemente también su amante–, le organizó un gran recibimiento y fue condecorada con la Orden de Lenin. Fue la primera mujer extranjera en recibirla. Para Ramon se reservaba la Medalla de Oro de la Unión Soviética. Allí le dieron un apartamento donde vivió unos meses con su hijo Luis, disfrutaba de coche y chofer particular y se dedicó a vigilar a los miembros del Partido Comunista Búlgaro refugiados en la URSS. También tuvo tiempo de participar en diferentes misiones, como la del atentado en Ankara contra el cónsul alemán Franz von Papen.

Tres años después se trasladó a México con la autorización expresa de Beria y logró entrevistarse con su hijo Ramón fuera de la prisión. No se sabe qué ocurrió, pero a partir de ese instante se suspendió una extraña operación de la NKVD que tenía por objeto liberarle. Caridad era una mujer aventurera e impulsiva que no se supo adaptar a la vida rutinaria moscovita cuando el NKVD dejó de necesitar sus servicios. Como repetía «es más fácil destruir el capitalismo que construir el comunismo». Fue cuando recibió la autorización para trasladarse a París con pasaporte cubano para vivir con sus hijos Jordi y Montserrat. En la capital del Sena se enteró de la muerte de Stalin, de la ejecución de Beria y del encarcelamiento de Eitingon.

Pero Caridad no sabía quedarse de brazos cruzados y, así, se procuro una nueva ocupación. El cónsul castrista Harold Gramatges le contrató para dirigir las relaciones públicas de la embajada de Cuba en París, de 1960 a 1967. El escritor Guillermo Cabrera Infante explicaba que Gramatges la llamaba «Cachita» y que la consideraba «más estalinista que Stalin».

Cuando Ramón Mercader terminó su condena, se fue a vivir a Moscú hasta donde viajaría esporádicamente Caridad para visitar a sus hijos y a sus nietos. Finalmente, tras una vida de incesante actividad, murió a los 82 años, un mes antes que Franco. Sobre la cabecera de su cama colgaba un enorme retrato de «el padrecito del proletariado mundial», como remate a una existencia en la que no cabe retórica alguna, en tanto que supera cualquier ficción pergeñada por el mejor de los novelistas.

No pocos historiadores y escritores han presentado a Caridad Mercader como una mujer fanatizada que empujó a su hijo al asesinato. Leonardo Padura –autor de «El hombre que amaba a los perros»– la describió así: «Caridad del Río no sólo había sido quien educó a su hijo en el odio y lo puso en contacto con los oficiales del tétrico NKVD soviético encargados de concebir y ejecutar el asesinato, sino que lo alentó e impulsó en su misión hasta esa misma tarde del 20 de agosto, cuando a bordo de un auto y en compañía del creador del plan, vio entrar a Ramón Mercader en la casa de Trotsky y en las cloacas de la historia del siglo». Similar observación hizo Julián Gorkin cuando afirmó que «un tenebroso aparato policiaco convirtió a Caridad en una terrorista y madre de un asesino», añadiendo que Ramón fue sacrificado al «fanatismo ciego que profesaba». La descripción fue corroborada con las confidencias que, según Castro Delgado, le había hecho Caridad durante su estancia en la Unión Soviética: «He hecho de Ramón un asesino».

Luis Mercader, en cambio, planteaba una visión distinta. Según el pequeño de los Mercader, Caridad no habría tenido una gran influencia ni sobre Ramón ni sobre ninguno de sus hijos debido a que vivió muy poco tiempo con ellos. También explicaba en el documental «Asaltar los cielos» cómo su hermano le había contado que fue él quien se ofreció voluntario para cometer el asesinato simplemente por ayudar a Eitingon a cumplir su misión.

Por último, Gregorio Luri apunta una tesis novedosa para justificar el que Caridad reclutase a su hijo: para alejarle del frente y que no corriese la suerte de su hermano Pablo, muerto en acción de combate unas semanas antes.

1 comentario:

  1. ¿Ha satisfecho el copyright? Más que un reportaje parece un spoiler de esos de moda...

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